La filantropía, el amor a la humanidad para promover su mejora, es una ideología ilustrada que de alguna manera tomó el relevo de la caritas cristiana adaptándola a los tiempos de la secularización. Supone la humanidad como un todo
al hacerla a esta objeto preferente frente al resto de la naturaleza
y al considerarla también como posible objeto de tratamiento y
reforma. Para los filántropos lo esencial es la reforma de las
costumbres y las relaciones en la creencia de que de estas dependen
las cualidades morales y la forma de ser moral de las personas. En
este punto dista mucho del cristianismo originario que entendía la
mejora del hombre como resultado de la transformación interior
personal, predominando esto sobre los efectos que pudieran tener las
buenas acciones. Al ser bueno con el prójimo uno se hace mejor, con
independencia de que eso haga mejor o no al prójimo, pues esto no
depende de uno mismo, o al menos de forma decisiva. Pero la idea
roussoniana en la que se basa la filantropía moderna y
contemporánea, aun en nuestros días con nuevas caras, de que la
mejora de la organización de la sociedad lleva consigo devolverle al
hombre su buen corazón supone, como defendió Dostoievsky, tomar a
la persona como un caso de una idea universal y que la acción
política tiene por objeto en último extremo el corazón de la
persona. Así uno de los grandes y macabros delirios de la
filantropía contemporánea lo expresaba el Che Guevara cuando decía
en serio que la finalidad de la revolución social es crear un “nuevo
hombre”. El problema último de la ética práctica, la concordia
entre uno mismo y su buen corazón, es en sí mismo independiente de
la sociología y de la psicología, pues sólo depende de uno mismo.
Esto cuesta de aceptar porque en el fondo es bastante angustioso.
Tenía razón Maquiavelo cuando pensaba que la política nada tiene
que decir respecto a la bondad moral de los hombres, aunque esto se
halla tomado como si la política fuera inmune a las reglas morales y
a los criterios de moralidad. Por eso por muy perfectas que sean las
reformas y las transformaciones sociales esto no afecta al nudo de la
libertad personal en el sentido moral, sino a las condiciones de vida
colectivas y a las posibilidades del ejercicio de la propia libertad.
Creo que se entiende fácilmente que estos principios elementales no
desvirtúan el valor de la acción política y social, sino que la
sitúan en su verdadera dimensión por la que puede ser útil y
beneficiosa, es decir el cuidado de las relaciones sociales y el
fortalecimiento y mejora de las instituciones colectivas. No se trata
de hacer mejores a los hombres sino a sus instituciones, porque las
personas sólo puede recurrir a estas, incluso cuando se proponen ser
mejores.
Incorporo apuntes de Filosofía de primero y segundo de Bachillerato a palo seco que sólo tienen sentido como punto de arranque para comentar y dialogar, cosa que intenté en mis clases quizás con algo de voluntad y no mucho acierto. También introduzco comentarios y sugerencias más otoñales que primaverales por si hubiera algo que filosofar. La ilusión declina cuando se pasa del asombro a la perplejidad. Pero tal vez también el pensamiento escriba recto con reglones torcidos.
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