sábado, 5 de octubre de 2013

LA FELICIDAD PRET A PORTER



En un programa televisivo intervenía el más ilustre psiquiatra español respondiendo a los problemas  psíquicos que los televidentes le consultaban. Una señora de mediana edad le expuso sus padecimientos, que evidentemente correspondían a un estado de depresión casi crónico. El psiquiatra y un presentador, una vez enterados, sugirieron algunos consejos y medidas, que la televidente ya llevaba practicando desde hacía varios años de tratamiento.
Anteriormente el psiquiatra y el presentador habían explicado los mecanismos cerebrales de las emociones destacando su intimidad con la actividad racional. Esto justificaba la necesidad de que la mente se ocupase en actividades placenteras y gratificantes  y se animaba a la señora para ello. Esta contaba que seguía un tratamiento farmacológico, que hacía muchas actividades, que tenía relaciones sociales satisfactorias, que cuidaba dos perros desde hacía mucho y que además tenía muchos momentos de felicidad, pero aun así no podía salir de su depresión. Vivía dentro de esta como sumergida en una ciénaga de la que no podía evadirse. Un manto de silencio amenazó el plató, el rostro del doctor  se tornó serio y reflexivo. Del apuro salió el presentador acompañante  instando a la señora a que “tuviera pensamientos positivos y se propusiese siempre nuevas metas”. Llegó incluso a animarla a seguir el ejemplo de uno de los inspiradores de la psicología humanista, el judío V. Frankl superviviente de los  campos de concentración y autor de “El sentido de la vida”, obra transcendental inspirada en  la experiencia viva de aquella inconmensurable tragedia. Seguramente que si  la señora leyese la obra o bien se hundiría en su depresión hasta el abismo o quizás se abriría a un conocimiento del mundo que le estimularía a conocerlo más. En eso caso podría empezar  a superar la depresión por el conocimiento y la sabiduría, pero no era la intención del presentador llevarla por ese camino.
La anécdota resulta insignificante si la tomamos como un caso entre millones que muestra la necesidad de recurrir a los técnicos y a las terapias  de todo  tipo, entre las que  cuentan las consultas mediáticas y los libros de autoayuda, para arreglar la vida, o al menos la mente y las pautas de conducta de lo que depende parte de la vida. La  psicología contemporánea concibe la mente y la conducta humana en los mismos términos que la medicina concibe la salud, los dietistas la alimentación, y los abogados los pleitos, como un asunto que depende de soluciones técnicas y expertas. La psicología así  entendida florece en una sociedad en la que la insatisfacción, la frustración y la ansiedad son monedas corrientes, sin que las relaciones sociales y personales ofrezcan boyas a las que agarrarse. Parece imprescindible el recurso a la intervención anónima y que ésta en el mejor de los casos se personalice tratando de hacer la vez del contacto personal de la que se carece. Pero la psicología sólo puede ayudar a  pasarlo bien o en el mejor de los casos a que el interesado se convenza de que es capaz de hacer cosas de las que tendría que sentirse orgulloso.A facilitar una felicidad pret a porter, si ella fuera posible. Por muy provechoso que  resulte el empeño es imposible que esto roce lo que abordaba la experiencia de V. Frankl, el sentido de la vida. Los técnicos pueden asistir la intendencia pero no hacer que el asistido disfrute con la comida sino tiene ganas de comer. Llegados a este punto el problema es que la psicología y la psiquiatría son refractarias a la evidencia de que son sólo, lo que no es poco, un instrumental técnico y como tal no pueden ir más allá de lo que la técnica y el conocimiento científico puede resolver. Esto en el campo de la existencia humana, en la que decide la libertad y la relación con el mundo, fundamentalmente con los semejantes, afecta a las ramas pero no a las raíces y al tronco. La vida es pobre y depresiva si carece de sentido, pero no hay técnica que lo proporcione. Esta carencia natural resulta cruel  en  nuestro mundo, nuestro modelo civilizatorio aporta muchos medios pero pocos fines, dejando a cada uno la responsabilidad de arreglarse consigo mismo. No tiene porque ser esto lo normal ni lo más coherente con la naturaleza humana. Somos seres libres y sociales a la vez, lo que no es fácil de conjugar. Como ser libre sólo uno mismo puede encontrar el sentido de su vida, pero como seres sociales la vida sólo tiene sentido si cada uno encuentra una guía que le permita participar de las aspiraciones profundas de sus semejantes. Y esto requiere que haya propósitos y sentimientos comunes. El problema es personal y social a la vez. La psicología se despista y despista cuando cree que los problemas de la vida y de la felicidad son sólo los que están a su alcance, es decir los que se pueden resolver mediante un conocimiento y destreza técnica. Pero hay problemas reales aunque sean irresolubles, y seguramente uno de ellos, no poco importante, es el del sentido de la vida. Sobre nuestra cultura y la conciencia de nosotros mismos pesa la maldición que lanzó el filósofo vienés L. Wittgenstein en la primera mitad del pasado siglo: que los problemas irresolubles son falsos problemas. Las técnicas científicas que actúan sobre la mente y la conducta humana aplican este precepto de forma inflexible y literal, sin advertir que para Wittgenstein lo importante empezaba cuando acababa lo que podemos resolver. Sólo la poesía o la mística era capaz de adentrarse en lo que para él era recóndito e inefable. No parece que V. Frankl tratara de encontrar en su obra el sentido de la vida, ni menos aún incitase a seguir unas pautas de comportamiento. Más  bien expresaba el milagro de que la vida evidenciara su poder de elevarse sobre las ruinas a las que lleva el sinsentido y la maldad. Hoy la felicidad es un asunto personal sin apenas contenido moral, parece circunscribirse a las sensaciones que depara cada momento y al logro de las pequeñas metas, tal vez grandes para cada uno, que nos proponemos. Pero por lo que parece también esta pequeña felicidad que prescinde del valor de la vida puede ser harto problemática.

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