LA VUELTA AL LABERINTO.
La imaginación griega situó al Minotauro en el fondo del Laberinto, palacio singular obra de Dédalo
el más sabio arquitecto, donde
disfrutaba de la infame y lujuriosa Pasifae y de las doncellas ofrendadas por el temerosos
y vengativo Minos rey de Creta. El Minotauro es el producto de la atracción
humana por la animalidad. Es el monstruo más aterrador porque la animalidad
toma posesión de la cabeza que es el verdadero don humano. Al contrario que el
centauro Quirón dechado de sabiduría que emerge con sus atributos humanos de su
cuerpo animal. El Laberinto sirve de refugio al monstruo pero también protege a
la civilización al tenerlo satisfecho en su interior con los restos de la
ignominia humana. Es el mundo de Minos, para el que la civilización es el fruto
de un pacto con la animalidad, pacto en el que el hombre se despoja de su
humanidad a cambio de sobrevivir. La civilización que Teseo inaugura al tomar venganza
del Minotauro está libre de la hipoteca con la animalidad y es hija de la
piedad. Pues sólo la piedad movió al héroe a liberar las doncellas y exterminar
al monstruo. Ese es al menos el ideal mítico de la civilización fantaseado por
los griegos y luego por el cristianismo, la de una fuerza movida por la piedad que protege a los más
débiles. Picasso se imagina un mundo en el que el Minotauro camina ciego por la
ciudad guiado por una muchacha inocente que en su mano porta una paloma. El
gran artista se entrega y da forma al nuevo mito popular de nuestro tiempo, el
mito de la pasión ciega guiado por la inocencia y la paz. La muchacha que originalmente
debía estar sacrificada a las pasiones monstruosas deviene guía de una fuerza
de la naturaleza entregada y domesticada librada a la fatalidad de su sino,
como Antígona guiaba sin rumbo a su desgraciado padre Edipo ciego al saber de
su falta inocente. Igual que la piedad guiaba entonces a la sabiduría ciega,
trata de guiar ahora a la animalidad domesticada, de acoger en el mundo a la
pasión desmontada. Pero toda obra de arte tiene otra cara. Como en el mito
edípico lo que se pretende y ambiciona esconde lo que se teme. ¿Puede convivir
con el mundo tan dócilmente la pasión y la animalidad?, ¿puede existir una
pasión desmontada?, ¿es la inocencia y el deseo de paz capaz de guiar lo
indomable o es sólo la etiqueta y la buena forma que ilustra a la barbarie
antes de que llegue a la sazón?. No se olvide que mientras Picasso renovaba el
mito del Minotauro con su serie portentosa, se solicitaba para Hitler el premio
Nobel de la Paz.
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