sábado, 10 de agosto de 2013

LA ESENCIA DE LAS NACIONES



Las naciones son realidades históricas, no entes metafísicos. Se asemejan más a una bola de nieve que rueda ladera abajo que a un megalito que permanece inmutable al paso del tiempo. Buscar la esencia y el origen de una nación es como tratar de dar con los copos de nieve que la originan. Lo mismo cabe decir sobre su destino, es vano esperar que el rodar de la bola de nieve obedezca a un fin o una meta. Es la misma continuidad del movimiento lo que le da consistencia y la hace parecer como un ente acabado desde siempre, pero su sustancia es todo lo que reincorpora y agrega en su movimiento, en la medida que todo lo incorporado deja de ser material extraño para tornarse fundamento para la continuidad de este movimiento. Recordando a Ortega y Gasset  la nación no es la extensión de un núcleo homogéneo que se repite en todos sus partes por igual, es la unificación constante de realidades diversas y dispares que llegan a alcanzar una cierta armonía y cohesión. Hay naciones que tienden a depurar lo diverso, otras, España es un caso ejemplar, que depuran lo homogéneo sin llegar a suprimirlo, y sobreviven en la tensión entre sus partes. Pero que el contorno de la nación se tale a través de las más diversas y azarosas contingencias históricas, no significa que su realidad, es decir su presente, sea algo informe y modificable como un trozo de plastilina o desmontable como un puzzle. Los que creen en tal presunta artificialidad dejan todo a expensas de la voluntad del momento, pero aunque los vínculos presentes tengan un origen en parte fortuito y azaroso, igual que una persona pudo nacer de una noche loca que ni siquiera los amantes recuerdan, esos vínculos son el arranque de las múltiples posibilidades de felicidad y de vida de cada sociedad. Constituyen en definitiva el cedazo del que parte la existencia colectiva. Por muy  sospechosa que sea su paternidad lo que legitima a la nación es que esta sea en la práctica una unidad de convivencia, en el que la convivencia entre las partes ofrece a los ciudadanos de todas las partes más posibilidades de felicidad y justicia que cada parte ofrecería por separado. Hacen falta razones muy poderosas, más poderosas que la apelación a esencias y orígenes vaporosos que sólo los triunfadores pueden reconocer y comprender al imponerlas, para deshacer la bola de nieve si esta ampara y recoge los derechos ciudadanos y los vínculos históricos que permiten las relaciones humanas. Siempre que el todo sea una unidad de convivencia y de derecho razonable, en caso de conflicto corresponde a la parte que quiere separarse la carga de la prueba. Su legalidad histórica provendría de su triunfo político, pero su legitimidad moral de que pueda ofrecer razones convincentes de que los motivos de distinción sólo pueden salvarse separadamente y de que los motivos de unidad no son beneficiosos para todos, incluidos quienes los desprecian e impugnan. En política importa lo primero y apenas lo segundo puede mover a hilaridad, pero aquí no hablamos de política sino de convivencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario