martes, 23 de julio de 2013

LO QUE QUEDA DE LA HISTORIA.



La pérdida del sentido histórico es particularmente llamativa en las nuevas generaciones que extreman  en este aspecto  una pauta creciente en la imagen colectiva del mundo.  Somos en gran medida herederos de una concepción historicista de la realidad, por lo que hay que tener mucho cuidado en no confundir historicismo y sentido  histórico. El sentido histórico es en gran parte algo propio de la naturaleza humana. Se concreta en incorporar en la vida colectiva la responsabilidad  hacia el legado de los antepasados y la responsabilidad  por las futuras  generaciones, implica la disposición a trascender el horizonte del presente al tomárselo en serio, no como algo llamado a pasar sin más. El historicismo es la visión en parte intelectual y en parte ideológica de que el mundo presente sólo tiene sentido como medio para llegar a una meta histórica situada en un futuro indeterminado pero inalcanzable a la generación presente. Los fracasos de las grandes utopías sociales y el descontento que consume las sociedades modernas hacen que este globo se desinfle e incluso explote. Pero éste  desprestigio del historicismo arrastra en buena medida al sentido histórico. Síntoma es la nivelación de todos los hechos y acontecimientos humanos de todo tiempo bajo un mismo patrón, el de los valores y códigos presentes. De forma particular  la cultura de la imagen y de la información a la carta acentúa esta sensación. Los personajes y acontecimientos históricos no pertenecen a su mundo, son tan coetáneos como Mandela o Clinton, sólo que más retrasados e ingenuos. La tendencia a tomar el propio mundo como algo dado y natural, no como el producto de una larga y problemática tradición, se torna inexpugnable al reducirse todo lo existente a realidad virtual, a imágenes intercambiables con las que vale cualquier historia.
Por una parte el horizonte de la vida es lo más presente de lo presente. De ahí el adanismo que acompaña a la deshistorización del mundo. Nuestro mundo actual empieza desde la nada y sólo depende de nuestra voluntad, nada se debe al pasado ni nada hay que aportar al futuro. Por otra parte la pérdida del sentido histórico da pie a dos actitudes que tiene su correlato en diversas filosofías postmodernas. Una es la supresión del valor de la tradición concreta y su sustitución por la búsqueda de un origen mítico de la colectividad que la tradición habría velado. Los nacionalismos disgregadores por ejemplo reniegan de la tradición viva para inventar un origen imaginario del que se deriva una historia no menos imaginaria. Otra tendencia aparentemente opuesta es la deconstrucción de cualquier referencia, modelo o significado que pudiera dar una continuidad a la existencia histórica del hombre, tomando como claves de esta existencia los deslices y los espacios sombríos que escapan al poder de la comprensión racional. Como si los proyectos humanos no fueran más que una forma de encubrir las frustraciones. Igual que la globalización es al mundo lo que la atmósfera de la tierra, la vida personal y colectiva tiene que hacerse a esta pérdida de sentido histórico y a las alternativas que consagran esta perdida como algo propio de nuestro mundo.

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