La pérdida del sentido histórico es particularmente llamativa en las nuevas
generaciones que extreman en este
aspecto una pauta creciente en la imagen
colectiva del mundo. Somos en gran
medida herederos de una concepción historicista de la realidad, por lo que hay
que tener mucho cuidado en no confundir historicismo y sentido histórico. El sentido histórico es en gran
parte algo propio de la naturaleza humana. Se concreta en incorporar en la vida
colectiva la responsabilidad hacia el
legado de los antepasados y la responsabilidad
por las futuras generaciones,
implica la disposición a trascender el horizonte del presente al tomárselo en
serio, no como algo llamado a pasar sin más. El historicismo es la visión en
parte intelectual y en parte ideológica de que el mundo presente sólo tiene
sentido como medio para llegar a una meta histórica situada en un futuro
indeterminado pero inalcanzable a la generación presente. Los fracasos de las
grandes utopías sociales y el descontento que consume las sociedades modernas
hacen que este globo se desinfle e incluso explote. Pero éste desprestigio del historicismo arrastra en
buena medida al sentido histórico. Síntoma es la nivelación de todos los
hechos y acontecimientos humanos de todo tiempo bajo un mismo patrón, el de los
valores y códigos presentes. De forma particular la cultura de la imagen y de la información a
la carta acentúa esta sensación. Los personajes y acontecimientos históricos no
pertenecen a su mundo, son tan coetáneos como Mandela o Clinton, sólo que más
retrasados e ingenuos. La tendencia a tomar el propio mundo como algo dado y
natural, no como el producto de una larga y problemática tradición, se torna
inexpugnable al reducirse todo lo existente a realidad virtual, a imágenes intercambiables
con las que vale cualquier historia.
Por una parte el horizonte de la vida es lo más presente de lo presente. De
ahí el adanismo que acompaña a la deshistorización del mundo. Nuestro mundo
actual empieza desde la nada y sólo depende de nuestra voluntad, nada se debe al
pasado ni nada hay que aportar al futuro. Por otra parte la pérdida del sentido
histórico da pie a dos actitudes que tiene su correlato en diversas filosofías
postmodernas. Una es la supresión del valor de la tradición concreta y su
sustitución por la búsqueda de un origen mítico de la colectividad que la
tradición habría velado. Los nacionalismos disgregadores por ejemplo reniegan
de la tradición viva para inventar un origen imaginario del que se deriva una
historia no menos imaginaria. Otra tendencia aparentemente opuesta es la
deconstrucción de cualquier referencia, modelo o significado que pudiera dar
una continuidad a la existencia histórica del hombre, tomando como claves de
esta existencia los deslices y los espacios sombríos que escapan al poder de la comprensión racional.
Como si los proyectos humanos no fueran más que una forma de encubrir las
frustraciones. Igual que la globalización es al mundo lo que la
atmósfera de la tierra, la vida personal y colectiva tiene que hacerse a esta pérdida
de sentido histórico y a las alternativas que consagran esta perdida como algo propio de nuestro mundo.