miércoles, 20 de febrero de 2013

LA FILOSOFÍA DE AGUSTIN DE HIPONA





 
El pensamiento de S. Agustín, (s.V d C.) es la máxima expresión del platonismo cristiano,  dominó toda la filosofía medieval cristiana hasta el siglo XIII con la irrupción del Aristotelismo cristiano (S. Alberto y  Sto. Tomás de Aquino). S. Ag., que se apoya en las categorías filosóficas de Platón (por vía de  Cicerón y Plotino),  elaboró  aspectos fundamentales de la fe cristiana y situó al cristianismo en la perspectiva de la filosofía de una forma original y especialmente atenta a los sentimientos universales de los seres humanos.
La fe y la razón tienen por objeto conocer la verdad  plena y están llamadas a colaborar y complementarse en esa tarea. La fe tiene que gobernar sobre la razón pero no precisa imponer nada pues con su ayuda la razón puede comprender lo que por sí sola no sería capaz. Sus máximas son “entiende para creer, cree para entender”, “si no crees no entenderás”.
La verdad es única, inmutable, eterna. El único ser que detenta esas cualidades es Dios como ente perfecto, que Agustín concibe a la manera platónica como “esencia pura”. Todas las verdades universales sobre la realidad tienen su razón de ser en Dios.
¿Pero como conocemos la verdad?.La doctrina  agustiniana consiste en el iluminismo o teoría de la iluminación, planteamiento con el que adapta la reminiscencia platónica a la noción cristiana del hombre y de Dios.
El hombre esta compuesto de cuerpo y alma. Pero más precisamente siguiendo a Platón “el hombre es un alma que se sirve del cuerpo”. Por nuestros sentidos corporales sólo conocemos lo cambiante y perecedero. El alma, en esencia poder espiritual, tiene que trascender a las sensaciones y encontrar en sí misma la verdad, es decir lo inteligible. “No busques fuera de ti, en el interior del alma habita la verdad”.
El alma encuentra en sí misma primero la noción del tiempo que es una construcción mental debida al poder de recordar y no un dato objetivo que representaría una cualidad de las cosas externas. Hay pasado porque recordamos, de la misma manera que hay futuro porque lo anticipamos. El presenten en el fondo no existe sino como intersección entre el pasado y el futuro, se fuga al intentar captarlo. Dice Ag. que el tiempo es la “distensión del espíritu”.
En segundo lugar encuentra dentro de sí la evidencia del propio yo, y por ello de la propia existencia, evidencia que resiste al más radical escepticismo negador de la verdad. “Si me equivoco, existo”.
En tercer lugar el alma encuentra dentro de sí las verdades universales necesarias, inmutables y eternas. Primero las verdades matemáticas y lógicas (principio de no contradicción), luego  las Ideas platónicas.
Ahora bien ¿como es posible que siendo yo limitado, mortal y colmado de imperfecciones posea esos conocimientos tan perfectos y eternos? La razón es que esos conocimientos provienen de Dios que me ilumina guiándome. Es el amor a Dios, la verdad suprema, la fuerza que me permite  profundizar en las verdades hasta encontrar  su raíz en Dios, pues sólo en el  hay completa inmutabilidad. Dios se concibe así como esencia pura a la que el hombre accede conociéndose así mismo pero con la ayuda indispensable de su iluminación.
La mente Divina  como esencia pura contiene las Ideas, que son el plan del Universo  y las “razones seminales” de todas las cosas que existen. El universo es obra de la creación divina a partir de la nada, frente a los principios de la filosofía griega. Todo ha sido creado de una sola vez dando comienzo el tiempo y  la formación y transcurrir del Universo en el que se desarrollan las “razones seminales”, siendo el Universo en suma el despliegue en el tiempo de las  Ideas. Este despliegue se desarrolla en la materia que como tal forma parte del plan divino como parte inseparable de la realidad y que cobra forma conforme este plan se lleva a cabo.
Ontológicamente hablando hay un abismo entre Dios y las criaturas. Dios es necesario ,  perfecto e inmutable, mientras las criaturas son contingentes, mortales, cambiantes, imperfectas, pero no así su esencia que proviene  de Dios y que subsiste en Dios. Pero a diferencia del dios impasible e indiferente de la filosofía  aristotélica el dios de S.Ag. interviene con su providencia en la marcha del mundo y en el cuidado de las criaturas al proveer la ejecución del plan contenido en las Ideas.
Pero dado que la imperfección el daño y el dolor  e incluso el mal es parte del mundo ¿no es Dios, la causa del mundo, responsable del mal? Y si lo es ¿cómo puede ser perfectamente bueno?.
Responder  a esta pregunta completamente requiere tratar  sobre la naturaleza humana. Distingue entre el mal físico (ontológico) y el mal moral (que tiene que ver con el hombre). El mal físico, el dolor e imperfección del universo, nada tiene que ver con la materia que en sí es buena por ser obra de dios y necesaria para la realización del plan divino. En realidad el mal físico o cósmico no existe como tal (es decir como algo determinado)<se distancia en este punto del maniqueísmo que había profesado en su juventud> sino que es sólo la “privación del bien”, lo que falta de perfección absoluta, que sólo corresponde a Dios, a las cosas. Pero estas en lo que son y en todo lo que son, son buenas.
El hombre siendo compuesto de cuerpo y alma tiene en el alma su verdadero poder y realidad. El alma humana es una imagen de dios, pero no está en el cuerpo como castigo y como si este fuese una cárcel, sólo que se realiza a través del cuerpo. El alma es estrictamente personal y no tiene sentido así la reencarnación en otro cuerpo. Su único destino después de la muerte y la salvación  es contemplar a Dios.
¿En qué forma el alma es imagen de Dios? Lo propio del alma humana es recordar, entender y amar. El alma es, ante todo, un pensamiento de donde brota un conocimiento en que dicho pensamiento se expresa, y de su relación a este conocimiento surge el amor que se tiene. Esto es una imagen de la trinidad divina: la memoria y el pensamiento es imagen del padre,  el entendimiento que conoce es imagen del hijo,  y  el amor a ese conocimiento es imagen del espíritu santo.

 http://www.cs.trinity.edu/~rjungman/projects/Sitz-ElGreco/laocoon.jpg

                                 
 

 El mal moral es obra y responsabilidad exclusiva del hombre pues ha sido creado libre por Dios. La libertad es la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. El mal no consiste en inclinarse hacia lo material y lo sensible sino en preferirlo a Dios. Concibe así el mal como pecado o falta contra Dios. Al obrar así el hombre hace mal uso de su libertad. Para  Ag. esto no es casual pues el hombre por su imperfección es proclive a corromperse y dejarse llevar por los bienes materiales. Ag. ve en el pecado original que se transmite a toda la especie el motivo de esta inclinación irrefrenable. En el fondo la apelación al pecado original supone el reconocimiento de que la fuerza del mal en la vida humano tiene una explicación racional: ni se debe a es sea la naturaleza humana, lo que haría responsable a Dios por haber creado al hombre así, ni al simple uso de la libertad, ya que no tiene sentido que prefiramos el mal si podemos elegir el bien. Consecuentemente  Ag. califica esta atracción del mal como “mysterium inefable”. El hombre por sí solo no puede superar el poder del mal y precisa de la  ayuda de la gracia divina para hacer buen uso de su libertad y dirigir su vida hacia el fin supremo y la verdadera felicidad que es la contemplación de Dios.
Pero el destino personal es parte del destino colectivo de la humanidad. S. Ag. plantea por primera vez una concepción histórica de la existencia humana, frente al naturalismo griego que entiende la vida humana como la repetición constante y eterna de un mismo ciclo, tal como ocurre con el movimiento de los planetas  y de la naturaleza. La historia no es una mera sucesión de hechos, sino que tiene una clave, una meta y un sentido. La clave que permite comprender todos los hechos humanos es la lucha entre la ciudad de dios y la ciudad humana o terrenal,  lucha que equivale a escala colectiva a la pugna que se da en el interior de cada persona entre el bien y el mal, entre lo espiritual y lo material. La historia es el escenario en el que pugnan la ciudad terrena, que representa  Roma, con su inclinación al poder, el bienestar material, el egoísmo, y la Ciudad de Dios que representa la fraternidad, la bondad y los bienes espirituales. El fin o la meta de la historia es el triunfo definitivo de la Ciudad de Dios, que implica la salvación de la humanidad. El sentido de la historia es el avance en cada momento de la Ciudad de Dios ante la resistencia de la ciudad terrena.





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