domingo, 24 de febrero de 2013

LA FILOSOFÍA DE LUDWIG WITTGENSTEIN






El tema de la filosofía de L.W. es el lenguaje porque, según él, accedemos a todas las cuestiones sobre la realidad, y el conocimiento s través del lenguaje. Sean lo que sean las cosas, el bien o la verdad, lo único evidente es que no podemos salirnos del lenguaje cuando nos referimos a ello. Nuestro pensamiento está conectado indisociablemente con la forma de las expresiones lingüísticas y nunca podemos pensar nada sobre algo que no pase por la forma de decirlo y el uso de un lenguaje concreto. Por ello nada se puede aclarar sobre las cuestiones fundamentales de la filosofía que no pase por una dilucidación de la naturaleza del lenguaje y el esclarecimiento de los límites que impone el lenguaje. Los mismos problemas filosóficos son incomprensibles sino se relacionan con las formas de expresarlos lingüísticamente. Pero sobre estos planteamientos fundamentales L.W. propondrá dos visiones del lenguaje opuestas entre sí en aspectos fundamentales lo que lleva a hablar del primer Wittgenstein (Tratatus lógico philosophicus) y del segundo Wittgenstein (Investigaciones filosóficas), siendo un tema muy debatido el grado de controversia entre estas dos visiones. Pero en lo fundamental ambas parten de la preeminencia del lenguaje sobre la estructura realidad y la estructura del conocimiento y del pensamiento.
El primer  Wittgenstein.
Mientras Kant planteaba que la filosofía debía ocuparse primeramente de la estructura del conocimiento porque de ello dependía la estructura del mundo tal como nos es dado, para Wittgenstein lo que pueda ser la realidad y lo que pueda ser el conocimiento de la misma depende de lo que podemos decir. Por eso la pregunta fundamental de la filosofía es ¿qué podemos decir con sentido?. Esto es: qué condiciones han de cumplir las proposiciones o expresiones lingüísticas para que tengan sentido.
Este criterio no puede venir de la forma concreta como nos expresamos, lo que creemos que tiene sentido puede no tenerlo al estar mediatizado por ideas preestablecidas  o expresiones equívocas que infectan nuestro lenguaje. Solo es fiable el lenguaje lógico del que nuestro lenguaje corriente es, a lo sumo, una expresión defectuosa. W. Trata en este sentido de descubrir y describir la estructura lógica del lenguaje, estableciendo por tanto que sólo tiene sentido el lenguaje que respete las leyes de la lógica.
Pero la lógica no dice nada sobre la realidad sino sólo sobre las formas posibles  de la realidad. Las reglas de la lógica son necesarias pero  en la realidad no hay necesidad sólo contingencia. Sólo hay una necesidad lógica, mientras que en la realidad todo lo que acontece es casual, ningún hecho está enlazado necesariamente con ningún otro hecho. La lógica pues no dice lo que son las cosas sino lo que pueden ser. Las formas posibles de la realidad las cosas no son más que la estructura lógica de los hechos
La lógica (la estructura lógica del lenguaje) refleja así la estructura lógica del mundo, es decir el juego de posibilidades que componen en general la realidad. Por ello la estructura lógica del lenguaje coincide con la estructura lógica del mundo.
¿Pero cual es la relación concreta entre el lenguaje y el mundo?.
Hay que ver esta relación a la luz de los elementos que componen el lenguaje y el mundo respectivamente.
“El mundo  es lo que acaece” dice W. Y lo que acaece son los hechos. El mundo es así la totalidad de hechos, pero no de objetos, porque los hechos son relaciones de objetos y los objetos no existen sino como miembros de la relación con otros objetos, relación que como se ha visto son los hechos. Siendo los hechos “estados de cosas”, serían “hechos atómicos”, los hechos más simples, mientras que los demás hechos serían hechos complejos.
Por su parte el lenguaje se compone de enunciados o proposiciones formadas por nombres relacionados de una determinada manera. Lo esencial del lenguaje no son los nombres sino las conexiones entre los nombres. Estas conexiones son universales y consisten en las conectivas lógicas. Todos los enunciados son formas de conexión de cualquier nombre posible con otros. La lógica establece las condiciones de estas conexiones al precisar el valor de las conectivas lógicas.
Tenemos entonces que hay una relación isomórfica , de elemento a elemento, entre el lenguaje (en su forma lógica) y la estructura de la realidad. Los enunciados son figuras de la realidad, es decir figuran o representan los hechos de la realidad. ¿Pero cómo hay que entender esa figuración? Hay una semejanza entre los enunciados y la realidad consistente en que se asemejan en la relación que hay entre los términos del enunciado (los objetos) y los términos de la realidad (los objetos). Los enunciados son figuras lógicas de los hechos porque las relaciones entre los nombres son semejantes a las relaciones que hay entre los objetos. Se concluye que los enunciados figuran en su forma lógica, la forma lógica de los hechos, es decir las posibles relaciones entre los hechos.
De acuerdo con esto se puede precisar en qué consiste el sentido de las proposiciones, qué proposiciones tienen sentido y qué proposiciones no tienen sentido. Para W. Sólo tienen sentido las proposiciones lógicamente posibles, es decir las proposiciones correctas desde un punto de vista lógico. Para determinar esto hay que partir de que los hechos de los que forma parte un objeto dependen de las propiedades internas de estos. Una puerta puede ser abierta o puede tener un determinado tamaño, pero no puede ser simpática. No tendrán sentido las proposiciones que no se refieran a hechos que no respeten ese criterio.
 Sobre esta base W. establece que el sentido de una proposición es su verificabilidad, la posibilidad de determinar si es verdadera o falsa. Sólo tienen sentido las proposiciones verificables Carecen de sentido las proposiciones inverificables... Hay que distinguir entre las proposiciones verificables por la experiencia de las que son verdaderas por su forma lógica. Las proposiciones correctas lógicamente pero no necesarias son sólo posibles y han de ser verificadas por la experiencia. Por ejemplo “Prim conquistó Tetuán”. Las necesarias por su forma lógica son las tautológias, cuya verdad no depende de la experiencia. Estas son siempre verdaderas pero a cambio no se refieren a hecho alguno, ni informan de la realidad. Por ejemplo: “Juan está comiendo  o no está comiendo”.Opuestas a las tautologías son las proposiciones contradictorias, que son necesariamente falsas en virtud de su forma lógica: “ahora llueve y no llueve aquí”. Tenemos así que las proposiciones que pueden decir algo de la realidad no son necesarias, mientras que las que son lógicamente necesarias nada dicen sobre la realidad.
Otra característica de las proposiciones es que pueden referirse a la realidad pero no a sí mismas, no pueden decir como son. Así la proposición “si  hay nubes puede llover” indica algo sobre los hechos de la realidad, pero no como expresamos lo que la realidad es. A esto respecto es preciso distinguir entre lo que una proposición muestra y lo que dice. Una proposición dice algo cuando se refiere a un hecho y muestra algo cuando, sin decirlo, “refleja la forma lógica” del lenguaje. De esta manera sostiene que el lenguaje al igual que se identifica con el pensamiento muestra los límites del mundo. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Del mundo en su totalidad sólo podemos saber que consiste en todo lo que puedo decir son sentido y que está fuera del mundo lo que no es lógicamente posible. Pero entonces del mundo en su totalidad no podemos decir nada con sentido, porque el mundo no es un hecho.
¿Qué sentido tienen entonces las proposiciones filosóficas que pretenden decir algo del mundo en su totalidad? ¿y las proposiciones éticas que no se refieren a hechos sino a valores, diciendo el valor que tienen los hechos?, ¿y las cuestiones religiosas sobre el sentido último de la vida?. Pero más aún ¿qué sentido tienen las mismas proposiciones del Tractatus que no hablan de hechos, ni son tautologías, y se refieren al lenguaje y al mundo como un todo?. W. Reconoce que estas proposiciones son paradójicas porque pretenden hablar de lo “que no se puede hablar”. Forman parte de lo que llama lo místico, lo inefable. “Hay ciertamente lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es lo místico”. Lo más paradójico es que no podemos hablar de lo que es verdaderamente importante, en el sentido de trascendente, desde un punto de vista humano. La filosofía sirve así para aclarar lo que se puede decir y no decir, pero al hacerlo se limita a sí misma sino quiere caer en contradicciones. Pero en el fondo es imposible no hacerlo. Por eso W. concluye así el Tractatus:
6.54 “Mis proposiciones son aclaratorias de la siguiente manera: todo el que me entiende las reconoce eventualmente como carentes de sentido, una vez que las ha usado como peldaños para subir sobre ellas. (Debe, por decirlo así, arrojar la escalera después de haber subido.) Debe trascender estas proposiciones, y entonces tendrá la correcta visión del mundo”).
7.“De lo que no se puede hablar, mejor es callarse”/. (TLP.




II.Wittgenstein.
En su segunda etapa (Investigaciones filosóficas) sigue haciendo del lenguaje el centro de la filosofía, al considerarlo la red en la que se recogen nuestras ideas de la realidad. Pero modifica radicalmente su concepción de fondo sobre la naturaleza del lenguaje y su relación con la realidad. Rechaza que pueda existir un modelo ideal del lenguaje del que el lenguaje corriente, y todo lenguaje concreto, sería una expresión defectuosa. Coherentemente no puede tomarse al lenguaje lógico como el ideal que representaría el mundo y al que todo lenguaje concreto se debería adecuar. En concreto no es admisible: a) que el lenguaje sea una figuración de los hechos  y b) que la forma lógica del lenguaje se corresponda con la forma lógica de los hechos.
El lenguaje lógico, que proponía como modelo ideal, es un lenguaje referencialista y ostensivo. Según ello habría una relación unívoca entre las palabras y las cosas, entre los enunciados y los hechos correspondiendo a cada palabra una cosa. El significado de las palabras son las cosas a las que estas se refieren, como si fueran un rotulo que ponemos a las cosas. Pero esto nada tiene que ver con la práctica del lenguaje que usamos. En el lenguaje ordinario el significado de las expresiones y de las palabras depende de la manera de usarlas según el contexto concreto en el que las usamos. De ahí que el significado consista en el uso.
¿Pero en qué consiste el uso?, ¿Cómo se determina?. W. compara la palabra con un instrumento cualquiera, por ejemplo las piezas de ajedrez. Hablar es como utilizar correctamente estas piezas. Para ello no basta entender en general las reglas del ajedrez sino mover correctamente las piezas en cada jugada. Lo importante es pues el contexto en el que hablamos y su relación con las situaciones concretas de la vida. Lo que hablamos no es más que la prolongación de nuestros comportamientos y conductas. Los usos de las palabras “están ahí” aunque no podamos saber cómo ni desde cuando, y no tienen otro fundamento que el mismo uso. Es la manera establecida de usar las palabras la única regla posible. No tenemos otra cosa que hacer que aprenderlo al usarlo correctamente.
Las expresiones lingüísticas forman parte de lo que denomina W. “juegos de lenguaje”, que son las reglas implícitas,  no escritas en ningún sitio, que manejamos al usar estas expresiones según convenga a la situación concreta. Comprendemos así términos que, en abstracto, tienen muchos significados o posibles referencias, cuando comprendemos como emplearlos según convenga a la situación y el contexto concreto. No existe así una forma lingüística especial ni un modelo ideal de lenguaje porque todos “valen lo mismo” y se diferencia por las reglas de uso. La única referencia posible es el lenguaje corriente según sus diferentes usos. A lo sumo existen “aires de familia” entre las diferentes formas lingüísticas, y el lenguaje como un todo no sería más que el conjunto de estos “aires de familia”. La lengua concreta sería como una ciudad que está en perpetuo cambio, creándose barrios nuevos y desapareciendo antiguos, sin que se siga una regla. Todo sucede  y cambia espontáneamente, pero siempre en conexión con las formas anteriores. Cada barrio tiene su vida y personalidad y la ciudad son todos los barrios.
El uso lingüístico también envuelve el sentido de la realidad. El sentido de las expresiones viene del mismo uso según el contexto. Hay tantas formas de referirnos a la realidad como formas de expresarnos. Pero como la idea de lo real se identifica con la forma de expresarla, se puede decir que las formas como se presenta el mundo son incontables. Lo importante es que no hay una forma de expresarlo privilegiada, ni siquiera la ciencia, sino que, lo que sea  y como sea el mundo, igual que las costumbres y normas morales, hay que verlo a partir de las formas de expresión del lenguaje con el que nos referimos a las cosas. Habrá tantos mundos como lenguajes con los que nos expresamos.
La filosofía no tiene por supuesto que tratar de comprender la realidad, ni siquiera la forma lógica del lenguaje. Su misión es analizar los usos lingüísticos, ver las diferencias entre los diferentes usos, el valor de la misma palabra, en diferentes juegos de lenguaje. Una de sus propias tareas es aclarar los malentendidos que se producen cuando nos saltamos de un juego lingüístico a otro, al utilizar las palabras fuera del juego lingüístico al que se deben. Por ejemplo si digo “tengo estropeada la caja de cambios” todos pensarán que se me ha estropeado el coche, pero pocos me entenderán si quiero decir que me siento confundido.
Para W. los problemas  tradicionales de la filosofía responden a malentendidos de este tipo. Por ejemplo cuando indagamos qué es  el tiempo en sí mismo, cuando en el lenguaje corriente el tiempo es lo que respondemos mirando el reloj cuando alguien nos pregunta “¿Qué hora es?”, o cuando alguien nos pregunta “¿qué tiempo hace?”, ¿Cuánto tiempo queda para que suene el timbre?...etc. Por ejemplo preguntarse si tenemos alma no tiene sentido porque al hacerlo tomamos el alma como si fuera un hecho. Las cuestiones filosóficas no tiene respuesta en el lenguaje ordinario y por tanto según W. carecen de significado. En realidad no son problemas, sino falsos problemas, pues no se pueden resolver. Curiosamente una de las misiones más importantes de la filosofía es identificar y aclarar esos malentendidos que la misma filosofía provoca. W. piensa que, a pesar de todo, esos malentendidos y preguntas son inevitables, pues el hombre siempre tiene esa curiosidad, por lo que la tarea “terapéutica” de la filosofía es inacabable. La terapia no consiste en resolver el problema, ni tampoco dejarlo de lado, sino aclarar por qué se produce y como se produce, en vistas a disolverlo. “Se trata de enseñar a la mosca que ha caído en una botella a salir de ella mostrándole el camino”.
Pero los problemas filosóficos, aunque insolubles, tienen su propio valor: nos muestran los límites del lenguaje, los límites de lo que podemos decir y por ello pensar y conocer. No podemos conocer esos límites en sí mismos porque tendríamos que salirnos del lenguaje, pero podemos hacernos una idea de los mismos precisamente al confundirnos cuando nos extralimitamos en el uso del lenguaje, al “producirnos chichones” cuando chocamos con los límites del lenguaje.

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