sábado, 23 de febrero de 2013

LA FILOSOFÍA DE FRIEDRICH NIETZSCHE



     Nietzsche es el principal promotor de la crítica del modelo de razón que ha predominado en la historia de la filosofía y especialmente en la filosofía moderna, proceso éste que culminaría en la filosofía de Kant. Critica al subjetivismo moderno que ha hecho de lo racional la esencia constitutiva del hombre conduciendo a una visión uniforme y conservadora de la realidad y del hombre, en beneficio de la seguridad, la comodidad y el utilitarismo. Esto se une al cuestionamiento de la vida en lo que tiene de variedad, diferencia, cambio, sorpresa e incertidumbre.
 En general Nietzsche, aunque este es un tema muy polémico, no defiende un irracionalismo estricto que negaría el valor de la razón, sino que trata de cuestionar lo que entiende que es una visión unilateral y uniforme de la razón, apostando por la unidad entre la razón, los sentimientos, la imaginación  y la realidad sensible del hombre.
El vitalismo, nombre con el que se conoce la filosofía de Nietzsche, es la proclamación de la vida como principio supremo, realidad única de la que depende el conocimiento, la moral y en general los ideales y la cultura humana. Sin embargo no sostiene un vitalismo biologista, sino una determinado visión de la cultura: la vida en su variedad y diversidad infinitas se plasma en sistemas de valores o de puntos de vista que ayudan a dominar los fenómenos y la realidad concreta. La vida es así una transformación constante de nuestros puntos de vista y de la relación del hombre con los fenómenos. A diferencia de las versiones biologistas que nacen con Darwin, para quienes lo esencial de la vida es la conservación y la repetición, para Nietzsche, la vida es sobre todo incremento, enriquecimiento,  creación de nuevas posibilidades. Esta tendencia constante a la transformación, la novedad y la variedad se resume en su idea de que el mundo y la vida son voluntad de poder, voluntad de vida más rica y plena; es afán de superación y de creación de nuevos valores. Las idea de la voluntad de poder indica que siendo la voluntad la raiz de todo lo vivo y especialmente el hombre, esta voluntad, y con ella la vida, no depende de fines concretos a los que estaría sometida sino que su único fin es ella misma, es decir incrementarse sin cesar. Voluntad de poder: la voluntad sólo quiere querer más. Su poder es querer más.
La filosofía de Nietzsche es una reflexión constante que tiene por centro la “muerte de Dios”, hecho y símbolo a la vez que domina nuestro tiempo desde la edad moderna. “La muerte de Dios” designa en primera instancia la desaparición de la creencia en el Dios cristiano, pero el asunto trasciende la religión e involucra todas las creencias fundamentales del hombre occidental. Para Nietzsche la cultura y la forma de vida de Occidente gira en torno a la idea de Dios, como principio trascendente que da razón del mundo y sentido a la vida. Por ello la muerte de Dios implica que no hay una razón última que dé sentido y permita ordenar nuestras creencias y valores morales. Pero ¿De donde procede la idea de Dios?, ¿Cuál es su verdadero significado?, ¿Cómo ha entrado en crisis?, ¿Qué futuro tiene la humanidad una vez que “Dios ha muerto”?.
¿De donde procede la idea de Dios?.La idea de Dios es la culminación mas coherente de lo que Nietzsche considera “pensamiento metafísico”.La filosofía occidental tiene un carácter esencialmente metafísico. Por tal entiende Nietzsche  la invención, por sublimación, de un mundo ideal-abstracto y su justificación presuntamente racional, mundo que niega y oculta la vida con sus contradicciones, variedad e incertidumbre. El núcleo medular de esta concepción es el platonismo, planteamiento general que domina según N toda la filosofía hasta el pensamiento moderno inclusive.
En su origen se trata de una reacción frente al  pensamiento trágico expresado en las grandes tragedias griegas que muestran la realidad íntima de la vida en lo que tiene de pavoroso pero también de estimulante. Así  la vida sería una confrontación constante  y sin solución ni término final entre lo apolíneo y lo dionisiaco,  el espíritu del orden y de racionalización por una parte; el caos profundo, la variedad y la metamorfosis, el mundo de los instintos e impulsos primitivos nunca plenamente domesticables, por otra.
Sócrates inspira la reacción intelectualista de Platón, al proponer el sometimiento de las pasiones e impulsos vitales a la previa comprensión intelectual, con lo que, según Nietzsche, se empieza a valorar el cálculo y el autocontrol  interesado sobre la naturalidad y la espontaneidad.
Platón radicalizaría este planteamiento promoviendo anular el valor de lo sensible y de lo instintivo y en definitiva de la vida. Inventa para ello una visión dualista del mundo, entre un mundo ideal-inteligible y otro sensible. Mientras el mundo inteligible de las Ideas, caracterizado por  la eternidad, la unidad y la inmutabilidad, es el mundo verdadero, el mundo sensible con sus cualidades opuestas, de variedad, pluralidad, cambio, transitoriedad, es sólo aparente y hasta ilusorio. Se viene a valorar y considerar real solo lo permanente, uniforme e inmutable, achacando al cambio, la pluralidad y la diferencia, falta de ser, mera apariencia.
Aristóteles consuma este proceso de racionalización radical y de desvalorización del mundo sensible en favor de un mundo ideal al crear la idea de un Dios, causa final del universo, cuya mente contiene las Ideas platónicas, que sería la razón última de la realidad y el fin de la naturaleza. Se trata del denominado “Dios de los filósofos”. Para Nietzsche el Dios cristiano no es más que una vulgarización de este Dios único y racional, mientras el cristianismo sería una especie de “platonismo popular”
Esta visión intelectualista y dualista promueve una serie de valores que en el fondo, desde la óptica de Nietzsche son disvalores o valores negativos ya que no se exaltan por ellos mismos, sino por lo que representan contra la vida. Estos valores negativos marcan todos los aspectos de la vida y la cultura, siendo los más importantes los que tiene que ver con la ontología, el conocimiento, la antropología y la moral y el lenguaje.
Ya hemos visto que el “platonismo” minusvalora la realidad sensible a favor de lo racional. Este antepone el ser, lo eterno y único, accesible sólo racionalmente,  al devenir, reducido a mera apariencia y modo inferior de realidad. Una de las grandes obsesiones de Nietzsche es pensar un mundo en el que el ser sea parte del devenir y no a la inversa.
Por que se refiere al conocimiento el pensamiento metafísico se basa en la suposición de que nuestro pensamiento capta la realidad en sí. Este supuesto da lugar a venerar la idea de la verdad como presunta correspondencia entre el pensamiento y la realidad. Se cree que, en última instancia, todos podemos coincidir en la verdad y encontrarla, porque podemos captar la realidad tal como es. Pero ¿qué sentido tiene esto sino existen más que las apariencias, los fenómenos tal como se manifiestan?. La calificación de las apariencias y los fenómenos implican siempre un punto de vista subjetivo, una interpretación. Para Nietzsche llamamos verdadero aquello que vemos desde un determinado punto de vista, pero estas interpretaciones no son neutras ni las mismas. Nietzsche asume un perspectivismo en nombre del que rechaza el supuesto kantiano y cartesiano de la unidad y universalidad del conocimiento humano, pues el conocimiento depende del punto de vista, puntos de vistas que a su vez dependen de nuestra situación vital, son una pieza al servicio de los intereses de nuestra vida. Nietzsche rechaza en contra de Kant que pueda existir un punto de vista universal común a todos los hombre.
La antropología del pensamiento metafísico impone el dualismo de cuerpo y alma, y con ello la subordinación de la corporalidad sensible y material a lo racional y espiritual. Nietzsche no sólo reivindica lo sensible y material como base de nuestros impulsos vitales, sino que también rechaza la idea de que la razón es independiente y está por encima del cuerpo. Cuestiona también la idea tradicional y cartesiana que identifica al hombre con el yo y la conciencia, así como la dependencia de la voluntad respecto a la razón y la conciencia. Anticipando ideas del psicoanálisis cree que nuestra parte racional está al servicio de los impulsos vitales, a los que racionaliza y sublima para adecuarlos a la vida social, de la misma forma que, en línea de lo que proponía D. Hume, reivindica el carácter multiforme de la mente no siendo la mente otra cosa que el compendio de nuestras vivencias y hábitos.
El pensamiento metafísico inspira la ética y la moralidad cristianas predominantes en Occidente. Nietzsche somete los valores morales predominantes, la idea del bien y del mal, a un examen que denomina “genealógico”, tratando de derivarlos de las tendencias vitales últimas del ser humano. “Sospechando” de su autenticidad cree que la idea del bien y el mal encubren el temor a la vida y son artificios de los “más débiles”, de quienes temen la vida y la libertad, para imponer un orden social uniforme, igualitario y aparentemente seguro, anulando o marginando a “los fuertes”, aquellos que se atreven a seguir sus valores. Según N., el cristianismo impone una moral decadente contraria a la vida en la que se veneran valores, a su modo de ver, negativos, como la compasión, la igualdad, el servilismo, la humildad, la mansedumbre...etc frente a lo que Nietzsche reivindica lo que considera el sentido original de lo bueno: la nobleza, la generosidad, la dureza, la diferencia, la exigencia extrema,...etc. Como se desprende el cristianismo es una moral gregaria frente a la moral aristocrática del superhombre.
Un asunto capital es el del lenguaje, pues el pensamiento metafísico justifica su visión de la realidad, el conocimiento y hasta la moral en el presunto realismo del lenguaje. Se trata del supuesto infundado de que el lenguaje y en último término la gramática transmiten o comunican la realidad. Esta idea supone un proceso según el que existe primero una realidad en sí que nos representamos mentalmente en forma de conceptos y que comunicamos con las palabras. Las palabras representarían los conceptos y estos la realidad. Esta visión realista está arraigada en la filosofía pero sobre todo en la conciencia natural del hombre que la toma como indiscutible. Para N. este esquema falla en su origen: no existe realidad en sí y por tanto ni los conceptos, ni las palabras la pueden representar. ¿A qué responde el lenguaje según N?.Sostiene que el origen del lenguaje es la metáfora, no el concepto. El punto de arranque no es la realidad en sí sino las impresiones sensibles que traducimos en imágenes y que, para conservarlas, las convertimos en metáforas, referencias con las que identificamos diferentes imágenes a la vez. Seleccionamos pues como metáforas unas imágenes y postergamos otras. Las metáforas que se hacen más relevantes dan lugar a lo que llamamos conceptos, que expresamos con palabras, no siendo estas más que  “una segunda metáfora”. ¿Por qué reducimos las metáforas iniciales a unas pocas seleccionadas, los conceptos?. Lo hacemos en razón de la necesidad de comunicarnos y de vivir en sociedad. Con ello simplificamos el pensamiento pero a cambio de coincidir todos en lo mismo. Se simplifica y uniformiza la realidad, y lo que es peor, se crea la idea de que la realidad coincide con nuestro lenguaje. Considera N. al lenguaje dominante como una convención social basada en “ilusiones y mentiras”. Para N. Aunque las metáforas se “momifiquen” en conceptos, siguen siendo la base del lenguaje. Este se debe a la imaginación creadora y libre  antes que a la razón. La raíz metafórica del lenguaje, ficción en suma, se expresa en la poesía o en los mitos que están atentos a las múltiples formas de la realidad, no en el lenguaje de la ciencia o de los discursos formales, que según él, sólo se ciñen a lo monótono, lo ordenado rígidamente, y lo convencionalmente establecido.
La puesta en cuestión de la idea de Dios  obedece a una especie de cansancio de los considerados “valores trascendentes”, la Unidad, la Verdad, el Bien, la Belleza, la Justicia..etc, cuando a la sombra de estos el hombre ha ido aumentando su dominio de la realidad, lo que ha conducido a que el hombre se vea en el centro del universo. Los nuevos ideales humanistas alumbran la ciencia y el pensamiento moderno, en la que el hombre busca certezas y seguridades absolutas, no fiándose más que de los sentidos y de su razón. Con ello se debilita la  confianza en una razón y un sentido último de la vida y el universo. Pero con la “muerte de Dios” no desaparece la influencia de esa idea en el fondo de la mente humana. “El último hombre”, el hombre de nuestro tiempo desde la modernidad, no es consciente plenamente de lo que significa la muerte de Dios, quiere con mayor o menor claridad sustituir el antiguo Dios por otros dioses que den sentido a la vida: la ciencia, las ideologías y utopías colectivas como el comunismo, el anarquismo, o los nacionalismos, la fe en el progreso..etc.
El pensamiento metafísico es una visión negativa y decadente del mundo y de la vida debida al nihilismo. En sentido general el nihilismo consiste en la desvalorización de los valores auténticos y de lo que la vida tiene de valioso, según el principio de que “nada vale y nada merece la pena”. Pero el pensamiento metafísico no presenta esa cara nihilista directamente. Encubre su desprecio de la vida pregonando la existencia de esos valores trascendentes que estarían por encima de la vida y que se resumen en la idea de Dios y del “mundo verdadero”. Se trata de un tipo particular de nihilismo, el “nihilismo reactivo”, motivado por el resentimiento y el afán de venganza que tienen “los débiles” contra la vida y “los fuertes”, afán debido a su incapacidad para estar a la altura de la vida. Nietzsche responsabiliza en este punto especialmente al cristianismo por haber creado un falso sentimiento de culpa en la humanidad. El hombre interioriza su fracaso sintiéndose merecedor de castigo y aviniéndose a exaltar valores como la obediencia y la sumisión, pero también la persecución de la diferencia y de lajerarquía. Se pregona como superior lo que en realidad es inferior, llevando en última instancia a igualar todos los valores, cosa que equivale a dejar todo sin valor. La sociedad, en lugar de desarrollar la vida, la capacidad de crear y sentir,  se inclina por  ordenarse rígida y uniformemente, tal como un  “rebaño satisfecho”, a costa de la iniciativa del individuo y a cambio del placer y la satisfacción momentánea.
Pero la voluntad de poder requiere cierta dosis de nihilismo. Nietzsche apuesta por el nihilismo activo frente al nihilismo reactivo. El nihilismo activo es la disposición a crear nuevos valores acordes con la vida, para lo que es preciso no admitir ningún valor como definitivo y desvalorizar los presuntos “valores supremos”, que como sabemos, serían en realidad valores negativos.  El ateísmo de Nietzsche es en su esencia un nihilismo activo, la posición sistemática de no admitir como definitivo ningún valor, y de rechazar que exista  una razón definitiva del mundo y un sentido último de la vida, pero todo como condición para poder crear nuevos valores y progresar humanamente. El mundo que corresponde a esta actitud es el mundo de la voluntad de poder, donde no se trata de sustituir los antiguos valores que daban un sentido definitivo a todo, por otros nuevos que pretenden lo mismo, sino de atreverse a superar incluso los valores que hemos sido capaces de crear libremente. Nada es eterno porque todo es digno de superarse.

 Brunhilda anuncia la muerte a Sigmundo. Óleo de Gaston Bussière


La idea del “superhombre” encarna la voluntad de poder. Es el tipo humano que está a la altura de la voluntad de poder y hace de su vida el despliegue de la voluntad de poder. Es lo opuesto tanto del “hombre-rebaño” como del “último hombre”. El mundo occidental está abocado a hacer del hombre rebaño el tipo humano característico y dominante. Se trata del hombre que no busca otra cosa que  acomodarse a la sociedad buscando seguridad y protección, que da por buenos y definitivos los valores imperantes, o que en todo caso no está en condiciones de apreciar lo que tiene mérito y valor, sin importarle vivir en el caso más extremo sin verle sentido a nada sólo para no sentir la necesidad de buscar un sentido a su vida.  El “último hombre” ejemplifica la etapa de transición entre “la muerte de Dios” y su alternativa, sea esta el superhombre o el hombre rebaño. Desde la razón y la ciencia trata en el fondo de sustituir la idea de Dios por ídolos o dioses que den sentido a la vida terrena, ante que admitir que no hay valores definitivos.
Nietzsche ilustra la evolución de la humanidad de la siguiente manera. Primero viene el camello que ejemplifica con su chepa el espíritu de culpa propio del cristianismo, es también el hombre gregario que vive la vida como una carga y se quiere desprender de ella eludiendo cualquier responsabilidad. Le sigue el león que ruge, que dice sí a la vida, los héroes y creadores que anticipan al superhombre, pero también el “último hombre” que todavía no reniega de los valores trascendentes. Por último “el niño que juega a los dados” es la imagen del superhombre.
En efecto el superhombre vive la vida desde la inocencia como si la vida fuera un juego, pues se trata de dejarse llevar por el puro afán de crear y transformar el mundo.
El superhombre apuesta primero que nada por “la transvaloración de todos los valores”, por ir más allá de todos los valores con espíritu creativo, sin someter esa actividad a los fines utilitarios ni subordinarla al respeto de lo establecido. Su actitud ante la vida es afirmativa, se rige por la norma del “amor fati”, amor al destino. Se acepta la vida en lo que significa de rueda trágica de dolor y gozo, sin renegar del dolor en nombre del gozo, como hace el hedonismo y el espíritu del hombre rebaño moderno, pero tampoco sin renegar del gozo en nombre del dolor como piensa que hace el cristianismo y algunas ideologías modernas que predican por encima de todo el sacrificio. Esta vida inocente y alegre hace de todo un juego, pero con la seriedad que requiere jugar, ateniéndose siempre a las consecuencias, porque libre es el que asume todas las consecuencias de lo que hace y le gustan aunque no las hubiera deseado. El superhombre ve todo lo que se deriva de sus actos como si fuera resultado de su voluntad. Quiere todo lo que hace aunque no lo desee. Esta exaltación de la vida se resume en la idea de que “no merece la pena ningún día en que no hayamos danzado”. A su vez esta frase ilustra la predilección que Nietzsche tiene por el arte, al que considera la expresión idónea de la voluntad de poder, antes que la ciencia, la religión o la política. El artista es quien más se acerca al superhombre por su espíritu libre y creador.
El mundo del superhombre es el que responde al “espíritu de la tierra”, la valorización de lo sensible, con lo que tiene de temporal y efímero, pero también de novedoso, sorprendente y diferente. Esta forma de entender el mundo requiere de una reflexión y de un posicionamiento adecuado ante la temporalidad y la finitud propia de la vida. Esto se traduce en la teoría del eterno retorno, pensamiento postrero al que N. considera  su “más difícil pensamiento”. Todo retorna: todo lo que pasa pertenece a un ciclo que  aparece desaparece eternamente. Esta finitud y transitoriedad del mundo sensible choca con la voluntad de permanencia propia de la voluntad de poder, que quiere perpetuarse transformando constantemente todos los valores y formas de vida. El eterno retorno es un precepto vital, y una hipótesis cosmológica, que Nietzsche no consigue conjugar. Como precepto vital llama a una actitud vital coherente con la voluntad de poder: Significa vivir en la confianza de que lo importante se ha de repetir eternamente, vivir el momento como si fuera a retornar eternamente. Esta confianza hace que retorne eternamente la voluntad de crear, que en todo momento estemos dispuestos a superarnos. Como hipótesis cosmológica inscribe al hombre y su voluntad en el constante nacer, perecer y renacer de la naturaleza. Invoca al hombre como parte de la naturaleza y  a vivir según el “espíritu de la tierra”. No hay fines trascendentes ni metas últimas. Sólo el momento que hay que asumir con todas sus consecuencias, es decir aceptando lo que se sigue de lo que queramos aunque no guste. Eso es vivir el momento en su eternidad, es decir como algo que igual que pasa se ha de repetir eternamente.
 Nietzsche piensa la que la “muerte de Dios” es en el fondo un hecho positivo pues pone al hombre ante la necesidad de tomarse en serio su propia vida, aunque haya muchas dudas sobre su capacidad de estar a la altura de ese suceso. Con “la muerte de Dios” la humanidad ha de admitir que no existen fines ni metas últimas, pero ello requiere estar dispuesto a crear valores y cuestionar lo que pretende permanecer. Ha de admitir que la vida es incierta y azarosa, incluso no necesariamente grata. El destino de la humanidad entra en una disyuntiva: avanzar hacia el superhombre o seguir deslizándose en las diferentes formas del nihilismo reactivo.









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