jueves, 21 de febrero de 2013

LA FILOSOFÍA DE DAVID HUME



   

 




D. Hume (1711-76) sigue y lleva hasta sus últimas consecuencias el programa empirista de análisis crítico del conocimiento iniciado por J. Locke. Planteaba éste examinar los límites y posibilidades del conocimiento humano, siguiendo el principio de no aceptar como verdaderas más que aquellas ideas o contenidos mentales que procedan de la experiencia de manera inmediata o a través de otros contenidos de la experiencia. El empirismo parte de los siguientes supuestos o planteamientos esenciales:
-Que todo conocimiento objetivo proviene de la experiencia, entendiendo por esta los datos, impresiones o sensaciones que nos aportan los sentidos. Para el empirismo la percepción viene a reducirse a la sensibilidad.
-Que las ideas o contenidos mentales que tenemos de las cosas, sean abstractas o concretas provienen de la asociación automática  de las sensaciones o impresiones sensibles originales. Sólo son validas aquellas ideas que tengan por origen primeras impresiones procedentes de la experiencia.
-Que  la mente no construye el conocimiento sino que se limita a recibir y recoger las sensaciones a modo de una “tabla en blanco”.
-Que  el origen de nuestras percepciones o sensaciones son las cosas externas.
<Nótese las divergencias entre el planteamiento empirista y el racionalista. Mientras para estos sólo son ciertas las ideas originadas en la mente, para los empiristas estas son confusas y sólo son ciertas las percepciones sensibles. Mientras para el racionalismo la mente es constructiva y activa, para el empirismo es pasiva y receptiva. Mientras para el racionalismo el fundamento de nuestro conocimiento es a priori, para el empirismo sólo es a posteriori.>
Ya G. Berkeley había argumentado que el supuesto de  la realidad exterior como fuente de nuestras percepciones era incompatible  con los primeros puntos y que por tanto era algo indemostrable. El mismo Locke tuvo que admitir esto en parte al no poder demostrar la idea de sustancia. Tampoco era posible sostener la idea de que la mente es completamente pasiva en la producción de ideas, sino se quiere rechazar la posibilidad del conocimiento objetivo.
D. Hume aborda el análisis crítico del conocimiento humano situándole en el contexto de un estudio global de “la naturaleza humana”, buscando no sólo propuestas cognitivas válidas para la ciencia sino sobre todo propuestas morales para dirigir la vida. Pero el núcleo de su estudio tiene que ver con las posibilidades y límites del conocimiento humano.
Empieza distinguiendo entre impresiones  e ideas. Las primeras son las sensaciones o percepciones aparentemente provenientes de las cualidades sensibles  de la realidad. Se distinguen por “su fuerza y violencia” (se nos imponen indudablemente). Unas son sensaciones, las que proviene de los sentidos y otras las emociones o pasiones que son internas y se deben a la reflexión. Las ideas son más débiles a modo de imágenes atenuadas de las impresiones, como los recuerdos de las cosas.
Todos los contenidos mentales pueden ser simples o complejos según correspondan a una sola impresión o sean la reunión de varias impresiones. Así las ideas abstractas serían la asociación de múltiples impresiones. D. Hume admite el papel activo de la mente mediante la memoria que reproduce las impresiones según cierto orden y la imaginación que transforma las impresiones originales para crear ideas inéditas. Pero en general para determinar la objetividad del conocimiento sólo vale el principio de admitir exclusivamente las ideas que provienen de impresiones por la asociación de éstas. Así “todas  nuestras ideas simples <y por tanto también complejas>  derivan de impresiones simples, que se corresponden a ellas y a las que representan  exactamente”.  Las denominadas ideas abstractas sólo tienen validez como reproducción de ideas simples. Las principales relaciones de asociación son: la contigüidad,( la proximidad en el espacio y el tiempo), la semejanza y la relación de causa y efecto.
¿Qué verdades podemos afirmar según este planteamiento?.
D. Hume al igual que  G. Leibniz distingue entre verdades  de razón y verdades de hecho. Las verdades de razón corresponden a las proposiciones analíticas,  es decir  aquellas en las que términos se relacionan por  su significado como las de la lógica o las matemáticas. Su verdad depende de la definición de los términos de acuerdo con el principio de no contradicción y su opuesto es imposible; estas verdades son a priori, provienen exclusivamente de la razón. Las proposiciones sintéticas o cuestiones de hecho provienen de la experiencia y su contrario es posible. Estas verdades son a posteriori, debidas a  la experiencia.
Hume examina las principales categorías  en las que se basan nuestras ideas básicas sobre la realidad y nosotros mismos para determinar si están justificadas. El análisis fundamental se centra en la idea de causalidad, en la relación de causa y efecto, pues de esta idea depende tanto la posibilidad de la ciencia como conocimiento objetivo, como nuestras experiencias  cotidianas sobre la realidad. En el fondo también las ideas del yo, del mundo y de Dios dependen de la validez de esta noción.
La idea de causa y efecto consisten en la conexión necesaria entre todos los fenómenos, de modo que todo fenómeno o hecho depende de otro según una conexión o regla necesaria. Así todo hecho sería efecto de otro anterior que lo causaría de forma necesaria. Pero para Hume estas idea no puede ser ni una proposición analítica ni una cuestión de hecho, por lo que no es válida. No es una proposición analítica porque en la idea de un fenómeno determinado (por ejemplo el fuego de una cocina de gas) no está contenida la idea del agua hirviendo. De todos los hechos de la naturaleza, sólo a los cuales se aplica la idea de causa-efecto, se puede decir lo mismo. Tampoco es una cuestión de hecho pues la experiencia sólo nos muestra que a un hecho (el fuego de la cocina) le sigue otro (el agua hirviendo después de ponerla al fuego) pero no muestra que eso sea de forma necesaria. Nada podemos decir antes de que ocurra, ni cuando ocurre podemos decir que no podría haber sido de otra manera. Generalizando hay que decir que la experiencia sólo nos muestra que existe una sucesión entre los fenómenos pero no que la relación entre el fenómeno antecedente y el consecuente obedezca a una regla necesaria. Nos dice lo que ha sido pero no lo que tiene que ser. Llevado a su extremo, la crítica de la causalidad  lleva a descartar la ciencia como conocimiento necesario. En la naturaleza no hay leyes necesarias sino regularidades y probabilidades, por lo que las proposiciones científicas son generalizaciones aproximadas, informaciones de los hechos y previsiones plausibles. Tampoco la inducción pese a ser el método más valido, pues se debe a la experiencia y la observación, está justificada plenamente ya que no hay ninguna garantía de que  lo que vale para algunos casos tenga que valer para todo el conjunto. Es más razonable fiarse de que se cumplirán las previsiones que hasta ahora se han cumplido, pero sin darle a ello certeza absoluta.



 


 ¿Pero si  tanto la ciencia como la experiencia cotidiana se basan en la idea  de la causalidad y ésta es tan poco firme a que se debe esta creencia tan arraigada?, ¿Cómo es que la naturaleza funciona como si obedeciera al principio de causalidad?. Hume lo explica por  las características de la naturaleza humana que se atiene preferentemente a lo  que  funciona según el hábito y la costumbre. Elevamos a la categoría de verdad y de necesidad lo que aceptamos por costumbre, seleccionamos como relación necesaria entre aquellos fenómenos que se suceden los que sintonizan mejor con nuestras necesidades prácticas, damos por bueno que lo que ha sido así lo seguirá siendo. Esto facilita una mayor comodidad práctica, nos ayuda en nuestra vida, pero crea el espejismo de que disponemos de un conocimiento infalible.
La crítica de Hume se extiende a la idea de sustancia en sus diferentes acepciones: el mundo externo, Dios y el yo.
La idea de sustancia en general se refiere a algo permanente y determinante que subsiste a los diferentes cambios y que está por debajo de las cualidades o propiedades de las cosas. Sin embargo carecemos de impresión sensible alguna de ello, sólo tenemos percepción de cualidades distintas que relacionamos entre sí atribuyéndolas a un objeto que las englobaría. Pero más allá de esas cualidades percibidas no tenemos idea cierta de nada, no tenemos percepción alguna de ese algo que las contendría, tal como ya había analizado Locke. La asociación de estas cualidades constituyendo un objeto es cosa de la costumbre , basada en el automatismo de la asociación de las sensaciones, pero no de ninguna percepción sobre algo real que  las articule.
Tampoco tenemos prueba alguna de que nuestras percepciones de las cosas que son una representación de estas  provengan y vengan causadas por objetos reales externos a las mismas y que existen con independencia de ellas. La creencia en el mundo externo tampoco se sostiene rigurosamente.
¿Nos podemos refugiar en el yo o en Dios?.
La idea de Dios es la de un ser dotado de una fuerza o principio activo que produce la realidad. Pero si no tenemos sensación alguna que dé cuenta de la  causalidad entre los fenómenos menos aun la tenemos de un poder causal que estaría  por encima de ellos, ni por tanto de ningún ser que tuviera ese poder.
Lo más problemático por sus consecuencias es la crítica de la idea del yo o de la conciencia. Frente a lo que todos suponemos, incluso el racionalismo, no es tan claro que tengamos una percepción interior del yo como tal. Percibimos vivencias diversas unidas a la idea del yo, yo pienso esto, yo quiero aquello, yo recuerdo eso, yo hago lo otro..etc,  pero no percibimos el yo como tal, es decir la de una sustancia espiritual y consciente o alma que sería el centro y el molde  donde estaría nuestras ideas, sensaciones, sentimientos..etc. Esa idea es pues una suposición con la que  unimos y asociamos sensaciones internas distintas, de modo que el yo no es una sustancia sino en realidad como el lazo de un ramillete de flores. Ocurre lo mismo en el plano interior de la conciencia como en el exterior de los fenómenos naturales. Suponemos el yo como suponemos la existencia de la naturaleza que da unidad a todos los fenómenos como si estas fueran partes de un todo que las engloba, aunque sólo conocemos y podemos conocer fenómenos aislados. También es la costumbre, más concretamente la memoria en base a la contigüidad, semejanza entre los fenómenos y la causalidad entre estos, lo que promueve esa suposición de una identidad personal permanente y acabada en lo fundamental por la que nuestra vida adquiere continuidad y coherencia. El empirismo de Hume conduce de esta manera a cuestionar la idea tradicional del alma que todavía persistía en la filosofía de Descartes (como sustancia pensante) para sustituirla por la idea de mente como conjunto de vivencias que percibimos internamente (por introspección).
La filosofía de Hume extrema los principios empiristas hasta tal punto que se aboca al aborde del escepticismo y del relativismo cognitivo que pone en cuestión la posibilidad de la ciencia. Hume es consciente de estas dificultades y aboga por respetar la experiencia como fuente de conocimiento pero sin confiarse en sus resultados definitivamente. Es un escepticismo pragmático y moderado que ha de prevenirnos contra los excesos de la especulación  e incentivar la búsqueda de mejores razones basadas en la experiencia para mejorar lo que funciona. No significa esto llevar el escepticismo a la vida práctica sino contar en esta siempre con la guía de la  convención y la costumbre frente a la creencia de que los motivos de nuestros actos son  verdades inexcusables.
La ética de Hume se distancia tanto del naturalismo tradicional como del intelectualismo moral. Frente a ambos defiende que la razón no puede entender de la moralidad de los juicios y de los actos humanos pues las  proposiciones morales no son cuestiones de hecho, no describen la realidad, sino relaciones de valor por las que estimamos lo que habría que hacer o lo que es bueno. Esto no se sigue de lo que ocurre realmente, por lo que la razón, que sólo comprende las relaciones entre los hechos o entre ideas, nada tiene que decir.
¿En que se funda la voluntad para actuar moralmente? ¿Cuál es el fundamento de los juicios morales y por ende de la moralidad?. ¿Cómo detectamos lo bueno y lo malo?. Consecuentemente con su desconfianza en la razón, Hume entiende que los motivos fundamentales de la conducta humana son las pasiones, las emociones y sentimientos, ligados al placer y al dolor, pero no la razón. Hacemos lo que nos procura placer, rechazamos lo que nos causa dolor. Pero la moralidad es la conducta que tiene en cuenta también el bien ajeno. Su fundamento es el sentimiento moral consistente en el sentimiento desinteresado  de altruismo que nos permite  estimar  no sólo lo que es conveniente para uno mismo sino lo que es útil y conveniente para los demás. Ese sentimiento desinteresado refleja la unidad de la naturaleza humana, de acuerdo con lo que  sentimos simpatía por lo que es placentero para uno mismo y los demás y  pena por lo doloroso. Según Hume la simpatía por los demás cuando sufren dolor nos lleva además a tener en cuenta la felicidad general, o de la mayoría, inclinándonos por  aceptar lo que es útil para todos o la mayoría y rechazar lo perjudicial.  Hume cree de esta manera  evitar la caída en el subjetivismo y el relativismo moral a lo que conduce atenerse exclusivamente al sentimiento personal. Pero que todos coincidamos en unos sentimientos similares por compartir la misma naturaleza humana es un supuesto difícil de justificar por la experiencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario