El tema de la
filosofía de L.W. es el lenguaje porque, según él, accedemos a todas las
cuestiones sobre la realidad, y el conocimiento s través del lenguaje. Sean lo
que sean las cosas, el bien o la verdad, lo único evidente es que no podemos
salirnos del lenguaje cuando nos referimos a ello. Nuestro pensamiento está
conectado indisociablemente con la forma de las expresiones lingüísticas y
nunca podemos pensar nada sobre algo que no pase por la forma de decirlo y el
uso de un lenguaje concreto. Por ello nada se puede aclarar sobre las
cuestiones fundamentales de la filosofía que no pase por una dilucidación de la
naturaleza del lenguaje y el esclarecimiento de los límites que impone el
lenguaje. Los mismos problemas filosóficos son incomprensibles sino se
relacionan con las formas de expresarlos lingüísticamente. Pero sobre estos
planteamientos fundamentales L.W. propondrá dos visiones del lenguaje opuestas
entre sí en aspectos fundamentales lo que lleva a hablar del primer Wittgenstein
(Tratatus lógico philosophicus) y del segundo Wittgenstein (Investigaciones
filosóficas), siendo un tema muy debatido el grado de controversia entre estas
dos visiones. Pero en lo fundamental ambas parten de la preeminencia del
lenguaje sobre la estructura realidad y la estructura del conocimiento y del
pensamiento.
El primer Wittgenstein.
Mientras Kant
planteaba que la filosofía debía ocuparse primeramente de la estructura del
conocimiento porque de ello dependía la estructura del mundo tal como nos es
dado, para Wittgenstein lo que pueda ser la realidad y lo que pueda ser el
conocimiento de la misma depende de lo que podemos decir. Por eso la pregunta
fundamental de la filosofía es ¿qué podemos decir con sentido?. Esto es: qué
condiciones han de cumplir las proposiciones o expresiones lingüísticas para
que tengan sentido.
Este criterio no
puede venir de la forma concreta como nos expresamos, lo que creemos que tiene
sentido puede no tenerlo al estar mediatizado por ideas preestablecidas o expresiones equívocas que infectan nuestro
lenguaje. Solo es fiable el lenguaje lógico del que nuestro
lenguaje corriente es, a lo sumo, una expresión defectuosa. W. Trata en este
sentido de descubrir y describir la estructura lógica del lenguaje, estableciendo
por tanto que sólo tiene sentido el lenguaje que respete las leyes de la
lógica.
Pero la lógica no
dice nada sobre la realidad sino sólo sobre las formas posibles de la realidad. Las reglas de la lógica son
necesarias pero en la realidad no hay
necesidad sólo contingencia. Sólo hay una necesidad lógica, mientras que en la
realidad todo lo que acontece es casual, ningún hecho está enlazado
necesariamente con ningún otro hecho. La lógica pues no dice lo que son las
cosas sino lo que pueden ser. Las formas posibles de la realidad las cosas no
son más que la estructura lógica de los hechos
La lógica (la
estructura lógica del lenguaje) refleja así la estructura lógica del mundo, es
decir el juego de posibilidades que componen en general la realidad. Por ello
la estructura lógica del lenguaje coincide con la estructura lógica del mundo.
¿Pero cual es la
relación concreta entre el lenguaje y el mundo?.
Hay que ver esta
relación a la luz de los elementos que componen el lenguaje y el mundo
respectivamente.
“El mundo es lo que acaece” dice W. Y lo que acaece son
los hechos. El mundo es así la totalidad de hechos, pero no de objetos, porque
los hechos son relaciones de objetos y los objetos no existen sino como
miembros de la relación con otros objetos, relación que como se ha visto son
los hechos. Siendo los hechos “estados de cosas”, serían “hechos atómicos”,
los hechos más simples, mientras que los demás hechos serían hechos complejos.
Por su parte el
lenguaje se compone de enunciados o proposiciones formadas por nombres
relacionados de una determinada manera. Lo esencial del lenguaje no son los
nombres sino las conexiones entre los nombres. Estas conexiones son universales
y consisten en las conectivas lógicas. Todos los enunciados son formas de
conexión de cualquier nombre posible con otros. La lógica establece las
condiciones de estas conexiones al precisar el valor de las conectivas lógicas.
Tenemos entonces
que hay una relación isomórfica , de elemento a elemento, entre el
lenguaje (en su forma lógica) y la estructura de la realidad. Los enunciados
son figuras de la realidad, es decir figuran o representan los hechos de la
realidad. ¿Pero cómo hay que entender esa figuración? Hay una semejanza entre
los enunciados y la realidad consistente en que se asemejan en la relación que
hay entre los términos del enunciado (los objetos) y los términos de la
realidad (los objetos). Los enunciados son figuras lógicas de los hechos porque
las relaciones entre los nombres son semejantes a las relaciones que hay entre
los objetos. Se concluye que los enunciados figuran en su forma lógica, la
forma lógica de los hechos, es decir las posibles relaciones entre los hechos.
De acuerdo con esto
se puede precisar en qué consiste el sentido de las proposiciones, qué
proposiciones tienen sentido y qué proposiciones no tienen sentido. Para W.
Sólo tienen sentido las proposiciones lógicamente posibles, es decir las
proposiciones correctas desde un punto de vista lógico. Para determinar esto
hay que partir de que los hechos de los que forma parte un objeto dependen de
las propiedades internas de estos. Una puerta puede ser abierta o puede tener
un determinado tamaño, pero no puede ser simpática. No tendrán sentido las
proposiciones que no se refieran a hechos que no respeten ese criterio.
Sobre esta base W. establece que el sentido de
una proposición es su verificabilidad, la posibilidad de
determinar si es verdadera o falsa. Sólo tienen sentido las proposiciones
verificables Carecen de sentido las proposiciones inverificables... Hay que distinguir
entre las proposiciones verificables por la experiencia de las que son
verdaderas por su forma lógica. Las proposiciones correctas lógicamente pero no
necesarias son sólo posibles y han de ser verificadas por la experiencia. Por
ejemplo “Prim conquistó Tetuán”. Las necesarias por su forma lógica son las
tautológias, cuya verdad no depende de la experiencia. Estas son siempre
verdaderas pero a cambio no se refieren a hecho alguno, ni informan de la
realidad. Por ejemplo: “Juan está comiendo
o no está comiendo”.Opuestas a las tautologías son las proposiciones
contradictorias, que son necesariamente falsas en virtud de su forma lógica:
“ahora llueve y no llueve aquí”. Tenemos así que las proposiciones que pueden
decir algo de la realidad no son necesarias, mientras que las que son
lógicamente necesarias nada dicen sobre la realidad.
Otra característica
de las proposiciones es que pueden referirse a la realidad pero no a sí mismas,
no pueden decir como son. Así la proposición “si hay nubes puede llover” indica algo sobre los
hechos de la realidad, pero no como expresamos lo que la realidad es. A esto
respecto es preciso distinguir entre lo que una proposición muestra
y lo que dice. Una proposición dice algo cuando se refiere a un
hecho y muestra algo cuando, sin decirlo, “refleja la forma lógica” del
lenguaje. De esta manera sostiene que el lenguaje al igual que se identifica
con el pensamiento muestra los límites del mundo. “Los límites de mi lenguaje
son los límites de mi mundo”. Del mundo en su totalidad sólo podemos saber que
consiste en todo lo que puedo decir son sentido y que está fuera del mundo lo
que no es lógicamente posible. Pero entonces del mundo en su totalidad no
podemos decir nada con sentido, porque el mundo no es un hecho.
¿Qué sentido tienen
entonces las proposiciones filosóficas que pretenden decir algo del mundo en su
totalidad? ¿y las proposiciones éticas que no se refieren a hechos sino a
valores, diciendo el valor que tienen los hechos?, ¿y las cuestiones religiosas
sobre el sentido último de la vida?. Pero más aún ¿qué sentido tienen las
mismas proposiciones del Tractatus que no hablan de hechos, ni son tautologías,
y se refieren al lenguaje y al mundo como un todo?. W. Reconoce que estas
proposiciones son paradójicas porque pretenden hablar de lo “que no se puede
hablar”. Forman parte de lo que llama lo místico, lo inefable.
“Hay ciertamente lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es
lo místico”. Lo más paradójico es que no podemos hablar de lo que es
verdaderamente importante, en el sentido de trascendente, desde un punto de
vista humano. La filosofía sirve así para aclarar lo que se puede decir y no
decir, pero al hacerlo se limita a sí misma sino quiere caer en
contradicciones. Pero en el fondo es imposible no hacerlo. Por eso W. concluye
así el Tractatus:
6.54 “Mis
proposiciones son aclaratorias de la siguiente manera: todo el que me entiende
las reconoce eventualmente como carentes de sentido, una vez que las ha usado
como peldaños para subir sobre ellas. (Debe, por decirlo así, arrojar la
escalera después de haber subido.) Debe trascender estas proposiciones, y
entonces tendrá la correcta visión del mundo”).
7.“De lo que no se
puede hablar, mejor es callarse”/. (TLP.
II.Wittgenstein.
En
su segunda etapa (Investigaciones filosóficas) sigue haciendo del lenguaje el
centro de la filosofía, al considerarlo la red en la que se recogen nuestras
ideas de la realidad. Pero modifica radicalmente su concepción de fondo sobre
la naturaleza del lenguaje y su relación con la realidad. Rechaza que pueda
existir un modelo ideal del lenguaje del que el lenguaje corriente, y todo
lenguaje concreto, sería una expresión defectuosa. Coherentemente no puede
tomarse al lenguaje lógico como el ideal que representaría el mundo y al que todo
lenguaje concreto se debería adecuar. En concreto no es admisible: a) que el
lenguaje sea una figuración de los hechos
y b) que la forma lógica del lenguaje se corresponda con la forma lógica
de los hechos.
El
lenguaje lógico, que proponía como modelo ideal, es un lenguaje referencialista
y ostensivo. Según ello habría una relación unívoca entre las palabras y las
cosas, entre los enunciados y los hechos correspondiendo a cada palabra una
cosa. El significado de las palabras son las cosas a las que estas se refieren,
como si fueran un rotulo que ponemos a las cosas. Pero esto nada tiene que ver
con la práctica del lenguaje que usamos. En el lenguaje ordinario el
significado de las expresiones y de las palabras depende de la manera de
usarlas según el contexto concreto en el que las usamos. De ahí que el
significado consista en el uso.
¿Pero
en qué consiste el uso?, ¿Cómo se determina?. W. compara la palabra con un
instrumento cualquiera, por ejemplo las piezas de ajedrez. Hablar es como
utilizar correctamente estas piezas. Para ello no basta entender en general las
reglas del ajedrez sino mover correctamente las piezas en cada jugada. Lo
importante es pues el contexto en el que hablamos y su relación con las
situaciones concretas de la vida. Lo que hablamos no es más que la prolongación
de nuestros comportamientos y conductas. Los usos de las palabras “están ahí”
aunque no podamos saber cómo ni desde cuando, y no tienen otro fundamento que
el mismo uso. Es la manera establecida de usar las palabras la única regla
posible. No tenemos otra cosa que hacer que aprenderlo al usarlo correctamente.
Las
expresiones lingüísticas forman parte de lo que denomina W. “juegos de
lenguaje”, que son las reglas implícitas,
no escritas en ningún sitio, que manejamos al usar estas expresiones
según convenga a la situación concreta. Comprendemos así términos que, en
abstracto, tienen muchos significados o posibles referencias, cuando
comprendemos como emplearlos según convenga a la situación y el contexto
concreto. No existe así una forma lingüística especial ni un modelo ideal de
lenguaje porque todos “valen lo mismo” y se diferencia por las reglas de uso.
La única referencia posible es el lenguaje corriente según sus diferentes usos.
A lo sumo existen “aires de familia” entre las diferentes formas lingüísticas,
y el lenguaje como un todo no sería más que el conjunto de estos “aires de
familia”. La lengua concreta sería como una ciudad que está en perpetuo cambio,
creándose barrios nuevos y desapareciendo antiguos, sin que se siga una regla.
Todo sucede y cambia espontáneamente,
pero siempre en conexión con las formas anteriores. Cada barrio tiene su vida y
personalidad y la ciudad son todos los barrios.
El
uso lingüístico también envuelve el sentido de la realidad. El sentido de las
expresiones viene del mismo uso según el contexto. Hay tantas formas de
referirnos a la realidad como formas de expresarnos. Pero como la idea de lo
real se identifica con la forma de expresarla, se puede decir que las formas
como se presenta el mundo son incontables. Lo importante es que no hay una
forma de expresarlo privilegiada, ni siquiera la ciencia, sino que, lo que
sea y como sea el mundo, igual que las
costumbres y normas morales, hay que verlo a partir de las formas de expresión
del lenguaje con el que nos referimos a las cosas. Habrá tantos mundos como
lenguajes con los que nos expresamos.
La
filosofía no tiene por supuesto que tratar de comprender la realidad, ni
siquiera la forma lógica del lenguaje. Su misión es analizar los usos lingüísticos,
ver las diferencias entre los diferentes usos, el valor de la misma palabra, en
diferentes juegos de lenguaje. Una de sus propias tareas es aclarar los
malentendidos que se producen cuando nos saltamos de un juego lingüístico a
otro, al utilizar las palabras fuera del juego lingüístico al que se deben. Por
ejemplo si digo “tengo estropeada la caja de cambios” todos pensarán que se me
ha estropeado el coche, pero pocos me entenderán si quiero decir que me siento
confundido.
Para
W. los problemas tradicionales de la
filosofía responden a malentendidos de este tipo. Por ejemplo cuando indagamos
qué es el tiempo en sí mismo, cuando en
el lenguaje corriente el tiempo es lo que respondemos mirando el reloj cuando alguien
nos pregunta “¿Qué hora es?”, o cuando alguien nos pregunta “¿qué tiempo
hace?”, ¿Cuánto tiempo queda para que suene el timbre?...etc. Por ejemplo
preguntarse si tenemos alma no tiene sentido porque al hacerlo tomamos el alma
como si fuera un hecho. Las cuestiones filosóficas no tiene respuesta en el
lenguaje ordinario y por tanto según W. carecen de significado. En realidad no
son problemas, sino falsos problemas, pues no se pueden resolver. Curiosamente
una de las misiones más importantes de la filosofía es identificar y aclarar
esos malentendidos que la misma filosofía provoca. W. piensa que, a pesar de
todo, esos malentendidos y preguntas son inevitables, pues el hombre siempre
tiene esa curiosidad, por lo que la tarea “terapéutica” de la filosofía es
inacabable. La terapia no consiste en resolver el problema, ni tampoco dejarlo
de lado, sino aclarar por qué se produce y como se produce, en vistas a
disolverlo. “Se trata de enseñar a la mosca que ha caído en una botella a salir
de ella mostrándole el camino”.
Pero
los problemas filosóficos, aunque insolubles, tienen su propio valor: nos
muestran los límites del lenguaje, los límites de lo que podemos decir y por
ello pensar y conocer. No podemos conocer esos límites en sí mismos porque
tendríamos que salirnos del lenguaje, pero podemos hacernos una idea de los
mismos precisamente al confundirnos cuando nos extralimitamos en el uso del
lenguaje, al “producirnos chichones” cuando chocamos con los límites del
lenguaje.