viernes, 21 de diciembre de 2018

DIALOGOS SOBRE EL BIEN Y EL MAL (I)


Estaba el maestro sentado en el poyo de la puerta de entrada de su habitáculo, no sé si sabe si pensando en algo o tratando de no pensar. Su mejor discípulo se paseaba preocupado por un examen temprano dedicado a un tema sorpresa que su profesor le propondría. Tendría que improvisar sobre algo no preparado y desconocido. Se atrevió a aproximarse tímidamente porque creía que hablar con el maestro podría serle útil. Sin modificar lo que parecía una figura inmutable el maestro le invitó con una seña imperceptible. El discípulo se dirigió desde la distancia suficiente para que se le pudiese escuchar tomando asiento sobre la hierba.
Discípulo. -Dime maestro en qué consiste una persona mala y otra buena.
Maestro. -Pues que la mala es la que hace algo malo y no siente remordimientos ni vergüenza, mientras la que puede ser buena hace algo malo y siente remordimientos y vergüenza.
D.-Pero entonces tanto el bueno como el malo pueden igualmente hacer cosas malas. ¿Qué importancia tiene como se sienten si hacen o pueden hacer lo mismo?.
M.-Pues que el malo no tendrá problemas en volver a hacer lo mismo y el bueno se lo pensará mucho y se resistirá a hacerlo.
D.- ¿Pero sentir remordimientos garantiza no volver a hacer algo malo?
M.-Claro que no, pero indica que se tiene buena voluntad y en algunos casos ganas de ponerla en práctica.
D.-Entonces los buenos y los malos tienen las mismas inclinaciones, sólo que algunos la quieren y otros la rechazan, las realicen o no.
M.-No es exactamente así, el bueno se va perfeccionando y se puede ir desprendiendo de las malas inclinaciones, mientras el malo al no cultivarse deja que se desarrollen las malas inclinaciones.
D. Pero entonces no es la capacidad de resistir las malas inclinaciones lo que distingue al bueno del malo, sino el tenerlas más o menos.
M.-En cierto modo, pero en realidad las dos cosas. Cuanto más fuertes son las buenas inclinaciones y viceversa, más puedes resistir, porque menos necesitas resistir.
D.-Comprendo, pero algo no entiendo. ¿No son las inclinaciones involuntarias o podemos estar inclinados a lo que queramos?.
M. En cierta manera sí. Nuestras inclinaciones son en principio involuntarias pero no hacen por sí solas que queramos lo que quieren. Es preciso que consintamos. Pero también puede que nos inclinemos a cosas que queremos sin tener de antemano inclinación a ello. Alguien que se propone un negocio sin tener inclinación a ello puede acabar inclinándose a él como si lo quisiera. En realidad si eso ocurre, lo quiere.
D.-Si es así además de controlar las inclinaciones y las pasiones podemos crear algunas. Parece extraño.
M.-Es que en realidad lo que más depende de nosotros es la voluntad de querer, querer querer, aunque parezca que esto no tiene sentido. Pero hay que tener en cuenta que lo que podemos querer está siempre por descubrir.
D.-Pero las inclinaciones y los impulsos siempre están ahí aunque se adormezcan, es difícil inclinarse hacia algo para lo que no estás inclinado de antemano.
M.-Veamos, en el fondo no se puede saber cómo se originan nuestros impulsos, si consideramos tal lo que nace en nosotros y no por nuestra voluntad. Pero sí que sabemos que el hombre puede poner límites infranqueables para su voluntad y por medio de su voluntad.
D.- No entiendo. ¿Quieres decir que todo lo podemos reprimir y decidir lo que queremos y no queremos?.
M.-No exactamente. Podemos atenernos a lo que es aceptable o rechazable, pero eso no significa que lo aceptable es lo que no reprimimos y rechazable lo que reprimimos.
D.- ¿No tenemos que reprimirnos para ser buenos?
M.-Seguramente es lo contrario. Cuanto más represión necesitamos y ejercemos más malos podemos ser . Mientras que cuanto más hacemos una cosa porque la queremos menos aparece la represión .
D.- Eso vale en teoría, pero cualquiera sabe que queremos hacer lo que no nos atrevemos a hacer por miedo al castigo.
M.-Puede ser pero eso no significa que si no hacemos algo malo, sea por miedo al castigo o que si hacemos algo bueno sea por alcanzar un premio.
D.-Pero es frecuente…, quizás lo más frecuente.
M.-Cierto, pero entonces no es bueno, aunque tampoco malo.
D.-Esto nos devuelve al comienzo de lo que hablábamos. Si tanto el bueno como el malo pueden obrar mal y si las inclinaciones son involuntarias y en principio están igualmente predispuestos, pues ambos son igualmente libres o libres en igual medida, ¿no es cierto que lo único que cuenta es al fin y al cabo el temor al castigo?. Es decir que el uno se atreve a hacer lo que el otro quiere pero no se atreve.
M.-Me tratas de confundir. Te he dicho que no se trata de reprimir las malas inclinaciones sino de ser propenso a no tenerlas porque se uno inclina hacia lo bueno, lo que tiene más valor y no lo que tiene menos valor. El bueno es el virtuoso, el que es propenso a lo bueno.
D.-¿Pero está inclinado a la virtud o la virtud se adquiere y enseña?.
M.-Esto me recuerda otros tiempos que “nunca van a poder volver”. Veamos. La disposición hacia el bien no es una inclinación natural ni producto de esta. En algo se aprende pero no se puede enseñar como las matemáticas o la estrategia para una batalla.
D.-¿Entonces el bueno es el que está dispuesto a aprender o investigar lo que es bueno y malo el que no está dispuesto a hacerlo?.
M.-Es cierto pero sólo en el sentido de que sólo el que quiere el bien está dispuesto a aprender lo que es el bien. El malo no es malo por no querer aprenderlo sino que no lo quiere aprender porque no quiere ser bueno.
D.-Pero esto lo complica todo. No entiendo ni como se puede aprender algo sino te lo enseñan, ni cómo puede alguien querer ser bueno sino conoce lo que es el bien. Menos aun entiendo que alguien esté predispuesto al bien y otros no, a no ser que esa predisposición sea una inclinación natural e involuntaria.
M. Vayamos por partes. Creo que hay dos maneras de aprender y enseñar, la una escolar y la otra práctica. Relacionamos usualmente aprender con lo primero, pero en realidad la enseñanza y el aprendizaje escolar sistematizan la enseñanza y el aprendizaje práctico y se nutren de él. Vivir comporta aprender lo que la vida enseña y nos ponemos a aprender aquello hacia lo que más predispuestos y receptivos estamos. La predisposición y la receptividad son dos hermanos siameses. Se nos ayuda a andar porque estamos predispuestos a andar. Podemos aprender ciertas cosas con relativo interés por ellas mismas, por ejemplo para aprobar un examen o para ejercer un trabajo. Pero es un aprendizaje superficial por muy dotados que estemos. Por el contrario es imposible aprender a aprender sino se está interesado por el aprender. Y al fin y al cabo querer aprender a aprender es querer aprender lo que es bueno. Pues como no se puede enseñar lo que es el bien, no se puede aprender directamente sino aprendiendo a aprender.
D.-Pero también el malo puede querer aprender cosas que le sean útiles, incluso para aprovecharse de los demás y engañarlos. Y eso igual el malo que mucha gente que no es mala.
M.-Cierto pero nunca el malo querrá aprender a aprender. No sale de lo útil, igual que, como bien dices, muchas personas. Por eso estas corren peligro de caer en el mal, aunque no lo quieran, si la vida les va mal o fallan las referencias morales que los amparan, las costumbres desde las que vive.
D. Esto que dices también tiene su enjundia, pero no quiero olvidarme de lo que dices del aprender. ¿Significa que en relación con el bien sólo podemos aprender lo que llevamos dentro y que por tanto como decía Platón aprender es recordar?.
M.-Me llevas al abismo, pero basta salir del apuro decorosamente. Creo que aunque no tengamos necesariamente una inclinación hacia el bien, ni que aunque no se pueda demostrar que la voluntad se incline naturalmente hacia el bien, todos tenemos un sentido del bien y es imposible no sentirnos concernidos por ser buenos. Es eso lo que nos hace buscarlo y tratar de aprender.
D.-Pero ¿no es más bien la sociedad la que de alguna forma determina lo que es bueno y malo y nos lo inculca?. Es decir que lo tú denominas bien sería en definitiva una convención social para asegurar la cohesión social.
M.-Sin el sentido del bien, sin la idea previa de que algo es bueno o malo, la sociedad no determinaría lo que es bueno y malo, en caso de que lo pudiera determinar. Sin el sentido de lo bueno y lo malo no habría sociedad. Precisamente porque a partir de ahí la sociedad conviene, de alguna manera que no sabemos, lo que es bueno y malo, es por lo que tenemos cada uno que buscar lo que es bueno y malo para ser buenos.
D.-¿Se puede equivocar entonces la sociedad sobre lo que es bueno y malo?.
M.-Precisamente, dado que no se sabe bien porque se toma algo por bueno o malo. Pero en general hasta el más sabio se puede equivocar.
D.-¿Pero entonces lo que diferencia en la sociedad lo bueno y lo malo es algo arbitrario?.
M.- En parte sí y en parte no. La sociedad actúa por tanteo , por ensayo y error. Todo depende de que algo funcione.
D.-¿Entonces es bueno lo que funciona y malo lo que no?.
M.- Desde un punto de vista social en gran parte es así. Lo bueno y lo malo se rigen por las costumbres, usos y normas. En sentido estricto no hay un uso que establezca lo bueno y lo malo como tal, sino que se entiende por bueno lo que se conforma a ciertos usos, como bien sabes. Cosa complementaria son los códigos morales que vienen a sancionar esos usos. Como la fuerza de las costumbres es su misma existencia, es decir su capacidad de perdurar, se puede decir que las costumbres y los usos avalan lo que es bueno. Su misma persistencia es un argumento a favor. Un ser que perdure tiene que ser algo bueno, de lo contrario no perduraría.
D.-Pero las costumbres, los usos y los códigos morales son diferentes de una sociedad y cultura a otra. ¿Lo que es bueno para uno puede ser malo para otros?.
M.-Te olvidas que estamos hablando ahora de lo que funciona como bueno socialmente. Si el bien fuera exactamente eso habría que admitir lo que dices. Pero eso es una sola faceta del bien. Si nos limitáramos a ella lo bueno sería lo socialmente útil, lo que facilita la adaptación de la vida de unos a la de los demás, es decir la mezcal de conveniencia y de convivencia. Pero el bien es además la posibilidad de que la propia vida de uno mejore la vida de los demás.
D.-No alcanzo a ver la diferencia.
M.-Piensa que no es lo mismo lo que se hace por propia iniciativa que lo que se hace porque está estipulado o por conformarse a lo estipulado. Los usos pueden servir de base para el ejercicio de nuestra libertad, pero puede ocurrir que este ejercicio rebase lo que la sociedad puede en un momento admitir y reclame nuevos usos. Si lo bueno se identificase con lo que así se entiende en una sociedad o cultura esta sería inmutable.
D.-Pero también las sociedades cambian y se transforman en lo que se refiere a sus códigos y costumbres.
M.-Sí pero o bien por influencia de otras o por iniciativa de algunos individuos o por ambas cosas. En todo caso eso indica que el sentido del bien es anterior a la interiorización de lo que se tiene por bueno o malo, o que por lo menos no coincide con ello y como se puede decir cada pájaro tiene sus alas.
D.- Si fuera así, ¿de dónde procede el sentido del bien? Por lo que dices parece congénito, ¿no decías que no se puede hablar de que estemos naturalmente inclinados hacia el bien? Al fin y al cabo el hecho de que las culturas y sociedades no sean inmutables ni impermeables las unas a las otras es un indicio pero no una prueba.
M.-Parece un misterio y en cierta forma lo es. Hay no obstante algo evidente, que todos sabemos que la vida ajena tiene que ver con la propia y que lo que sea nuestra vida no es algo indiferente. No podemos vivir sin saber que somos responsables de nuestros actos y que nos concierne tanto nuestra vida como la ajena.
D.-Admito que podría ser así, pero también podría ser una obligación social que no tenemos más remedio que admitir. Por muy conscientes de que somos responsables ante la sociedad y responsables de nuestra vida, no significa que sintamos el bien, que nos sintamos concernidos por los demás ni siquiera por uno mismo. ¿No puede cualquiera vivir con indiferencia de los demás y hasta también de lo que uno sea o deje de ser?, ¿en qué te basas pues para decir que tenemos un sentido del bien?
M.-Creo que desde el momento que sabemos que las cosas que hacemos pueden ser buenas o malas o incluso indiferentes, pero no por motivos arbitrarios, sino porque así son las cosas, tenemos un sentido del bien. Es imposible saber que existe el bien y el mal y no sentirnos concernidos a ser buenos o malos, aunque no sepamos por nosotros mismos qué sea lo bueno y qué lo malo. Precisamente el malo no sería malo si no se sintiese concernido a ser bueno.
D.- ¿No es más bien que no se siente concernido?. Le importa poco que lo que hace sea malo cuando lo es, porque no se siente concernido a ser bueno. La prueba es que muchos malos como has dicho no sienten remordimientos ni culpa.
M.-Estas a punto de revolcarme y no sé si lo has conseguido. En tu favor tenemos la respuesta de Cain cuando se sintió descubierto. “¿Acaso soy el guardián de mi hermano?”. Pero en realidad se sintió descubierto por sí mismo y quiso ocultarse de sí mismo. Creo que los que carecen de sentido de culpa han aprendido a ocultarse de sí mismo, han perdido el respeto de sí mismos. Piensa que saber que existe el bien o el mal no es lo mismo que saber que existe el verano o el invierno. No podemos prescindir que seamos responsables de lo que hacemos y de que nuestra vida sea un negocio intransferible. Podemos actuar como si no fuera así, es decir autoengañándonos y la vida ofrece muchas oportunidades para conseguirlo y acomodarnos en el autoengaño.
D.-Me desconciertas. ¿Significa eso que los malos se sienten culpables y que luego se perdonan a sí mismos y se olvidan de su culpa?
M.-Todo lo contrario, se esconden de sí mismos, y eso significa no sentirse culpables para nada. Es prácticamente la misma cosa. Lo importante es que están decididos a olvidarse de sí mismos. Mira los grandes monstruos de la humanidad no han sobrellevado culpa alguna por sus atrocidades y aberraciones, estoy seguro. Sino no podrían haber vivido de esa manera. Hitler por ejemplo sentía tanto odio que la maldad le producía entusiasmo, no remordimiento. Pero era fuerte en el odio porque lo jaleaba el pueblo y tuvo éxito. El bueno puede sobrevivir con su propia conciencia. El que vive del odio sólo sobrevive si le siguen. El éxito en el mal paradójicamente fortalece al malvado y le permite ocultarse de sí mismo, cualquiera que sea la faceta de la vida.
D.-Sí pero también me han hablado de gente perdida y desesperada que por esta desesperación y vacío se vuelven contra los demás como fieras y no se arrepienten. ¿Es por qué, cómo has dicho, hacer el mal les gratifica?
M.-En el fondo se trata de lo mismo, tipos como Hitler han encauzado socialmente su maldad y otros que no lo consiguen son propensos a revolverse contra sociedad. Hacer el mal tiene una ventaja, es muy fácil para quien está decidido y al hacerlo quien lo hace con esa voluntad se siente muy gratificado.
D.- ¿Cómo es eso? Me estremeces.
M.- Muy sencillo, se siente poderoso. Es una de las formas más fáciles de sentirse poderoso si previamente te has destruido a ti mismo. Piensa que la inclinación al mal tiene que ver con la impotencia o más bien con la frustración que va unida a la impotencia. La maldad impune lo resuelve. Pero esto no es más que un apunte. Me interesa dejar más claro la idea de que todos tenemos el sentido del bien, aunque desconozcamos lo que es el bien y tengamos que buscarlo. Si tuviéramos sentido del bien ¿a qué lo atribuirías?
D.-No lo sé, pero como se suele decir y creer que somos seres racionales y libres y que por tanto podemos distinguir el bien del mal.
M.-Pero has dicho antes que aunque podamos distinguirlo no tenemos por qué sentirnos concernidos. Por ejemplo un ordenador artificial podría distinguir, según los códigos que se manejen en su programa, entre el bien y el mal, pero no por eso tendría el sentido del bien.
D.-Cierto ya te lo he dicho antes. Me copias…con perdón
M.-Concedido por ahora. Entonces te pregunto no por la capacidad de distinguir sino por el sentido del bien. Si lo tuviéramos ¿a qué se debería?
D.-Es que no tengo claro que lo tengamos y antes te pedí que lo probaras, sino recuerdas. Pero admito tu pregunta porque me horroriza pensar que podamos ser como las máquinas. Diría simplemente que es algo constitutivo, algo que nos define como seres humanos. Algo que está comprendido en el hecho de que no sólo entendemos sino que también sentimos y no podemos no sentir. El gran filosofo Zubiri dice que somos inteligencia sentiente.
E.-Claro porque sentir es comprender más profundamente, o al menos asumir la necesidad de comprender y vivir lo que se comprende. Que algo adquiere relevancia a través nuestro. Piensa en ello , ¿en realidad qué comprendemos cuando sentimos que algo es bueno o malo?
D.-Pues que somos responsables de ello y que está en juego algo más que nosotros mismos y que incluso las consecuencias inmediatas de lo que hacemos. Creo que comprendemos que está en juego la dignidad, la calidad de lo que somos, y en cierta manera la calidad de las vidas ajenas… Bueno no sé si tenemos ese sentido pero al menos me tranquiliza que puede haber algunas razones por las que no somos exactamente igual que las máquinas.
M.- ¿Te queda alguna reserva?
D.-Que no comprendo cómo alguien puede sentir el bien y el mal y se pueda ocultar, olvidarse de sí mismo. Los que más se tienen en cuenta son los egoístas y me cuesta pensar que un malvado no sea egoísta. ¿No es más fácil admitir que somos egoístas primero que nada y que de no corregirnos y de dejarnos llevar por el egoísmo nos tornamos malvados?
M.-Pero ¿qué me dices de Hitler?, por ejemplo. ¿Dirías que no creía sacrificarse por su pueblo?, ¿dirías que todo lo que hizo lo hizo por egoísmo?
D.- ¡Por supuesto que era egoísta!, ¡egoísta total!, anteponía su idea a todo lo demás sin ningún escrúpulo. Pero claro era una idea equivocada y malvada.
M.-Que seguramente él creía buena. ¿Era egoísta por ser idealista o era idealista aunque equivocado? Normalmente cuando decimos que alguien es egoísta queremos decir que sólo se preocupa de intereses personales, no sociales, aunque admitimos que quien obra por alguna causa pública puede hacerlo estimulado por la ambición de poder. Pero si se atiene al bien de esa causa lo tenemos por idealista aunque sea un ambicioso.
D.-Es que lo que animaba a Hitler y a cualquiera que persiga una causa malvada es la ambición de poder. No sé a dónde me quieres llevar.
M.-Te preguntaba si la maldad es lo mismo que el egoísmo. Si no fuera el caso que personas egoístas o que se comportan normalmente de forma egoísta tiene igualmente el sentido del bien y que no se ocultan a sí mismos.
D.- Pero decimos que malo es el que se comporta egoístamente no alguna vez sino constantemente y sin altruismo alguno. No entiendo que cambie la cosa el que tengan el sentido del bien.
M.- ¿Dirías que un médico que tiene ambición de notoriedad y de destacar profesionalmente y que para ello se aplica escrupulosamente a su trabajo y salva vidas y cura es un egoísta?.
D.-Lo sería de dejar de hacer bien algo para alcanzar notoriedad o influencia o más retribuciones. Si hace bien su trabajo no hay nada que objetar aunque sólo quiera su propio bien. Pero creo que en la práctica es difícil que algo así se suceda, es decir que se haga bien el trabajo sólo por vanidad y no por algo de altruismo.
M.-Entonces reconoces que se puede actuar bien aun cuando se haga por egoísmo, es decir que no se busque el bien por sí mismo sino porque a uno le conviene más que el mal.
D.-No exactamente, reconozco que una cosa es la maldad y otra el egoísmo que pueda ir acompañada de altruismo. La maldad sería ser exclusivamente egoísta.
M.-Pero te contradices, has admitido que un médico egoísta, que sólo busca notoriedad, no sería malo si hace las cosas como debe.
D.-En modo alguno me contradigo. Quiero decir que es malo si es egoísta y no obra como debe, si en caso de tener que optar entre obrar como debe y obrar egoístamente hace lo segundo.
M.-Entonces para ti obrar bien o mal no tiene que ver con la intención, como decía Kant. Se puede obrar bien aunque no se quiera el bien.
D.-Es que el egoísmo no es por sí malo si se atiene a ciertas normas.
M.-Toma nota y no te olvides de lo que has dicho. ¿No acabas de admitir que la maldad no consiste en el egoísmo aunque tenga que ver con él?
D.-Admito que es una forma de egoísmo, la que hace del egoísmo el principio del obrar especialmente cuando hay que elegir entre egoísmo y altruismo. Lo que no concibo es que pueda haber maldad sin egoísmo y que un egoísta puro no sea malo.
M.- ¿Cómo llamarías entonces a los que obran con egoísmo pero respetan sus obligaciones, por conveniencia claro? ¿Buenos o malos?, o ni lo uno ni lo otro.
D.- Son más bien las dos cosas en parte, yo diría que más bien son correctos. Creo que es lo que más abunda en el mundo ¿no te parece?
M.-No lo tengo muy claro. Me inclino a considerarlos buenos pero con alguna salvedad. Por ejemplo si hay cosas que mancillan la dignidad humana y no pueden apoyarlas o colaborar con ellas, aunque en su vida sean algo egoístas. En realidad estoy de acuerdo contigo en que la mayoría somos en parte egoístas y en parte altruistas, pero lo que nos marca y define es si podemos hacer ciertas cosas que de ninguna manera se deberían hacer. Los buenos no pueden sobrepasar de ninguna manera ciertos límites que tiene que ver con la dignidad humana. Creo que estos son los que pueden tener remordimientos y vergüenza por lo que hacen a veces aunque no hayan sobrepasado esos límites y por supuesto si los sobrepasaran.
D.-¿Pero cómo puedes estar seguro que quien obra con egoísmo habitualmente va a ser comedido y correcto y no estará propenso normalmente a colaborar con la indignidad o al menos a mirar para otro lado si así le conviene?.
M.-Esto es imposible de saber y es cierto que quien tenga el hábito de obrar egoístamente, hará lo que dices probablemente. Pero tenemos que distinguir entre obrar mal y ser malos, no lo hacemos y nos lleva a confusión. No es lo mismo el que considera su egoísmo una debilidad y lo reconoce, que quien se enorgullece del mismo porque con ello se demuestra su poder y eleva su autoestima como dicen los psicólogos. De la misma forma que no es lo mismo hacer lo correcto aunque con ambición, que no hacerlo por ambición. Incluso los santos han estado siempre obsesionados por el temor a buscar la santidad por vanidad y el mismo Lutero predicó que cualquier acto humano se nutre del egoísmo. Claro que para Nietzsche eso demostraba que la santidad era una superchería y que el santo busca ante todo sentirse más poderoso que los demás.
D.- ¿Estás de acuerdo con ello?
M.-Sabía que me lo preguntarías. Creo que en el hombre bueno, en principio cualquiera, es más fuerte la querencia del bien, pero es fácil que la entrega al bien trate de cubrir carencias y frustraciones. Pero frente a Nietzsche diría que sin el sentido del bien no sería posible ni siquiera que esas carencias se sublimasen. No comparto que el sentido del bien sea resultado de la sublimación de nuestros impulsos de poder, pero admito que puede funcionar de catalizador de frustraciones y debilidades. Por eso es necesario el conocimiento y la experiencia, el empeño en encontrar el bien por uno mismo. A eso se refería el maestro de los maestros cuando decía que lo más importante es conocerse a sí mismo.
D.- ¿Pero si no estás de acuerdo en que el malo es el que antepone su egoísmo a todo lo demás?, ¿que puede ser la maldad?
M.-Es que tendríamos que examinar la diferencia entre obrar mal y tener maldad o ser malvado. Reconocerás que si Hitler era egoísta no lo era en el mismo sentido que lo puede ser un comerciante que defrauda a sus clientes para ganar más.
D.-Pues no veo la diferencia…
M.- ¿No crees que en Hitler todo era odio, o al menos el motivo fundamental era el odio, y que el motivo del comerciante es el lucro?, ¿no te parece importante la diferencia?
D.-Pero es que el odio se debe al egoísmo, es más se debe al egoísmo supremo de ser más que nadie. Los que así sienten consideran a los demás despreciables y dignos de quedar sometidos a su poder.
M.- ¿Entonces el egoísmo es soberbia y nace de la soberbia como dice el cristianismo?
D.- Cierto, pero también es resentimiento y fruto del resentimiento como decía Nietzsche. Porque en realidad el resentimiento es una forma de soberbia, el odio contra quien es como uno quisiera ser sin poder serlo.
M.-Sigues con lo mismo y veo que no te he convencido cuando te decía que sólo se puede sublimar algo como bueno si existe el sentido del bien. Tal vez los humildes se muevan por envidia pero en caso de que sufran injusticia es inevitable que la sientan. El hecho de que se mezcle la envidia con sentirse ofendidos injustamente no significa que sólo actúen por resentimiento. Lo único que se puede decir es que la injusticia alimenta el resentimiento y que el afán de justicia puede torcerse en resentimiento. Pero a lo que iba ¿crees que el comerciante que sólo busca su lucro lo hace por odio?
D.- Claro que no, sólo odiará a quien le ponga trabas para su propósito.
M.- ¿Y dirías que es soberbio?, me refiero a si buscar el lucro por el lucro es soberbia.
D.-No veo claro que así sea, sería soberbia si sólo le importara tener más que los demás, pero si sólo le importa tener más de lo que tiene o tener cada vez más es sólo interés. O tal vez si sufre frustraciones continuas y no puede lucrarse empiece a odiar a todos.
M.-Dejemos esto último por ahora que nos desvía. Entonces si el comerciante del que hablamos es interesado, ¿es egoísta por ser interesado?
D.-Sí, en la medida que sólo sea interesado, que anteponga su interés a cualquier otra cosa.
M.- ¿Y es lo mismo ser egoísta por ser interesado que egoísta por ser soberbio?
D.-No parece, aunque puede coincidir que haya gente que sea muy interesada en lo suyo y gente que ambiciona a ser más que nadie en lo suyo sin parar en medios.
E.-Pero reconoces que aunque así fuera no es lo mismo obrar sólo por el propio interés que obrar sólo por odio. ¿Tiene sentido llamar a ambos egoístas?
D.-Es que no concibo que el que actúe por odio a sus semejantes no sea también egoísta, aunque su único interés sea hacer mal a sus semejantes.
E.-Es posible, pero intenta explicar en qué consiste su egoísmo y en qué se diferencia del que tiene el que sólo se interesa por lo suyo.
D.-Lo primero es que no concibo sin más que alguien pueda hacer el mal sin perseguir algún beneficio, que lo haga gratuitamente.
M.-Pero has admitido que lo puede hacer para descargar su odio…
D.-Admito que alguien llegue a odiar tanto que necesite descargarlo…
M.-Eso demuestra que es difícil vivir con el odio dentro, dicho sea de paso…pero prosigue
D.-Pero para odiar tanto ha tenido que verse frustrado, sea respecto a su interés o a sus ambiciones, lo que te quiero decir es que no odia nadie sin más o no empieza a odiar porque sí.
M.-Pero muchos se ven frustrados y fracasados y no odian, o por lo menos no viven del odio
D.-O tal vez no se atreven a vengarse de sus semejantes por miedo
M.- O por convencimiento moral, reconoce que estamos empatados. Pero a lo que voy, sea lo que sea el origen no del odio, sino vivir del odio, ¿no piensas que quien así vive se comporta de una manera distinta del que sólo lo hace por satisfacer su interés?
D.- Hemos visto que no es lo mismo pero sigo pensando que hay una relación muy estrecha con el egoísmo, sería una exageración o si se quiere degeneración del egoísmo… Lo máximo que reconozco es que a partir de un punto en uno predomina el interés por su posición en la sociedad o por sus ambiciones y en otro sólo el afán de dañar y de vengarse.
M.-Pues no reconoces poco, ¿Cómo llamarías a alguien que es así egoísta?, ¿un ser demoníaco?
D.- ¿A esto me querías conducir? ¿A decirme que los que así son, son más malos que los egoístas interesados? Pues bien lo concedo.
M.- ¿Pero concedes también que no todo egoísmo viene de la soberbia aunque pueda caer en la soberbia de forma harto fácil incluso?
D.- Concedido. Aunque no veo que el soberbio no sea egoísta, puede que su interés no se dirija a algo, pero sólo se interesa por sí mismo.
M.-Entonces es una forma de ser interesado. El estar interesado sólo por sí mismo y el otro sería el interesado sólo por sus cosas. ¿No es así?
D.-Pensándolo bien tal vez…
M.-Pero aclárame, si alguien se interesa sólo por sí mismo ¿qué quieres decir?, ¿sería el caso de un artista que sólo se interesa por su obra o incluso por su notoriedad?.
D.-No es lo mismo claro está, para un artista lo importante es su obra y quiere verse reconocido en su obra. No tiene sentido crear sin esta pretensión. Pero el que sólo se interesa por sí mismo no se interesa por obra o creación alguna, ni siquiera necesariamente por obtener notoriedad si está cargado de odio..
M.-Supongo que tampoco te refieres entonces a que está interesado en ser mejor persona..
D.- Bueno… Maestro no te burles. Creo que podría ser que no le importa ninguna cosa en sí misma, sino sólo estar siempre por encima de todo, sea en lo que sea y por lo que sea.
M.-Ya eso es el ambicioso, pero no el malvado
D.-Bueno sí, en el caso de que para satisfacer su ambición tenga que dañar. Pero no dañaría porque sí.
M.-Pero has admitido que aunque fuera llegado un punto algunos sólo pueden vivir de dañar sin más interés que ese.
D.-Sólo en teoría, como un caso extremo, en la práctica es casi imposible. El mismo San Agustín dijo que hasta el malvado precisa de algo de paz, aunque sea para descansar y prepararse para su afán. El mismo Hitler dirigía su odio hacia una idea, una meta; tenía, me reconocerás, el egoísmo de la idea…
M.-Vaya ahora sales con otro egoísmo, teníamos el egoísmo del interesado, el egoísmo del soberbio, el egoísmo del resentido, el egoísmo del ambicioso, y ahora el egoísmo de la idea ¿Cuántos egoísmo conoces o los vas descubriendo sobre la marcha? ¿Sostienes que el idealista es un egoísta o sólo Hitler y otros como Hitler?
D.- Hitler se ocultaba en sus ideales para ocultar su egoísmo y dar salida a su odio eso es todo.
M.-Pero entonces lo que reconoces es que hacía lo que hacía no tanto para obtener beneficios, aunque estos le vinieran bien, sino para dar salida a su odio. ¿No es esta la verdadera esencia del mal?.
D.-Lo de las motivaciones de Hitler en esencia, como dices, es así pero es también más complicado. Pero eso también nos desviaría. Te doy la razón en cuanto a la esencia del mal. Curiosamente hemos dado más fácilmente con su esencia que con la esencia del bien…
M.-Bueno aparentemente, podríamos equilibrarlo si dijéramos que el bien es obra del amor y que el mal es obra del odio, o si se quiere el bien es obrar con amor y el mal obrar con odio. Pero lo difícil es comprender cuál es la fuente del amor y del odio y su relación mutua…
D.-Claro lo más posible es que el odio obedezca a una falta de amor…
M.-Pero no todos que están faltos de amor reaccionan con odio, algunos con más amor…, y otros que aparentemente cuentan con mucho amor crían un odio extremo…No es fácil de entender aunque claro que cuanto más amor mejor.. Pero no nos quedemos en lo fácil ¿El amor y el odio son puros o hay mezclas y grados intermedios?
D.-Claro que hay grados intermedios, en la vida no hay nada blanco o negro, casi todo por no decir todo es más o menos gris, creo que eso me da la razón de que el mal por el mal es prácticamente imposible…
M.- ¿Sigues pensando que Hitler era un idealista? Bueno has dicho que se ocultaba en el idealismo, lo reconozco. Pero yo admito que no era una pose. Todo lo contrario lo más grave es que creía absolutamente en su causa y seguramente no la creería malvada aunque no creo que la creyera buena. Lo esencial es que le importaba poco si era buena o mala, estaba más allá del bien y del mal como decía Nietzsche, aunque claro igual no en el sentido de Nietzsche.
D.-Aclara esto por favor…
M.-Perdóname que lo deje de lado, Nietzsche pesaba en el individuo libre, absolutamente libre y Hitler en la raza…pero a lo que íbamos. Te decía al comienzo que el malo no es el que hace algo malo, sino al que no le importa que algo sea bueno o malo. Lo que te quiero decir es que eso sólo puede hacerlo quien odie y viva del odio…
D.-¿Por qué..?
M.-Por qué para odiar hay que dejar de lado si esto es bueno o malo. No se puede odiar teniendo eso presente.
D.- ¿Acaso el que hace algo mal por odio no sabe que es malo? ¿Cómo sino podría estar satisfecho de lo que hace y de sí mismo al hacerlo?
M.- Porque primero no puede estar satisfecho de sí mismo, se inventa a sí mismo y sólo está satisfecho de su invento, pero luego lo tratamos. Pero para esto lo que sabe es que daña y le es indiferente que lo que hace sea bueno o malo. No te he dicho que no sepa que es malo, sino que no entra en esta cuestión, no convierte lo que hace en un problema moral personal.
D.-Por eso decía que no podía sentir remordimientos.
M.-Cierto…
D.-Pero eso es terrible, es como si el mal tuviera la carretera libre para circular como quiera..
M.-Hay algo de cierto en ello, pero no es tan fácil porque pese a todo el mal no puede ser mayoritario, ni tampoco llevar a dominar todo para siempre...
D.- Sí pero mientras domina... ¿por qué dices que no puede ser mayoritario o dominante de forma definitiva?
M.-Porque el malvado, sea una persona o sea un colectivo, no puede vivir en paz consigo mismo y eso significa una gran infelicidad.
D.- ¿Pero no hemos quedado de acuerdo en que el malvado encuentra gran satisfacción al dañar?, ¿acaso los fanáticos que tienen éxito no son entonces felices?, ¿si Hitler hubiera tenido éxito, no habría sido inmensamente feliz?..y no me digas que nunca podría haber triunfado.
M.-El vive en el odio y del odio no puede contentarse con nada, vive en la insatisfacción perpetua. Lo que pasa en el caso de los fanáticos es que la aclamación pública les permite olvidarse de sí mismos, pero eso no calma su insatisfacción…
D.-También muchos fanáticos son denostados o no tienen éxito y no por eso cejan. Parece como si el fanatismo fuera una coraza interior y no sólo una coraza exterior. ¿Qué importa olvidarse de sí mismo como dices, o sea no hacer cuestión de tus actos, según entiendo lo que dices, para estar o no satisfecho?
M.- Te hablo de felicidad, no de satisfacción.
D.- Pero en la práctica es lo mismo, ¿qué importa la diferencia si el malvado se ve estimulado por el éxito o por el sentimiento del mal?, ¿si cuanto más prueba el mal más ganas tiene de dedicarse al mismo?
M.-La diferencia entre la satisfacción y la felicidad no es humo de pajas, la satisfacción hace sentir a uno más poderoso, la felicidad hace sentir más valioso… El malvado no puede sentirse valioso por sí mismo, su sentimiento es impostado por el aplauso ajeno, o por la expectativa del mismo.
D.-Sí pero los fanáticos que esperan ser recompensados por el harén en la otra vida…, pero es lo mismo ¿qué importa si el fanático se siente bien, aunque en el fondo hierva de odio y esto le intranquiliza? ¿Crees que la felicidad es vivir tranquilo?
M.-Tendríamos que discutir sobre la felicidad y esto es demasiado. Lo que discutimos es si el malvado puede ser feliz, pero no porque no se conforme con lo que tiene sino porque no puede valorarse a sí mismo. Por ejemplo un deportista encuentra satisfacción cuando gana, pero si sólo puede ser feliz ganando no podrá ser feliz por mucho que gane.
D.-Entonces el que pretenda más en lo suyo no puede nunca ser feliz… Sólo sería feliz el que nada pretendiera, ni ambicionara
M.-Claro que eso sería absurdo, en este caso la felicidad sería la conformidad con el propio esfuerzo, la conciencia de que el propio esfuerzo es valioso y vale la pena…
D.- ¿Aun sin recompensa?..¿Puede el que fracasa ser feliz?
M.-La recompensa no da la felicidad sino que permite que se manifieste. Claro que somos humanos y sin esa recompensa es difícil dar valor al propio esfuerzo. Nos confundiríamos si pensamos que la felicidad consiste en el aplauso y no en lo que hace que el aplauso, si se produce, tenga valor. Reconozco que el que fracasa ha de tener muchos recursos morales para poder ser feliz, pero en la vida el fracaso o el triunfo es relativo…
D.-De acuerdo tengo esto que has dicho por una especie de visita a la cocina mientras vemos el partido, pero no quisiera que dejáramos de lado el hecho práctico , ¿no crees que no tener remordimientos es una gran ventaja que compensa con creces la intranquilidad que produce el estar dominado por el odio?. No me refiero a que la falta de remordimientos y de vergüenza te dé tranquilidad sino a que deja libre tu mente para volcarte a lo que quieres aunque sea algo malvado. De hecho los psicólogos recomiendan por encima de todo no sentirnos culpables hagamos lo que hagamos, perdonarnos siempre como dicen. Perdona que sea tan descarnado ¿no tienen los malvados la suerte de olvidarse de sí mismo como dices?
M.- ¿Es una suerte? Ese olvido se nutre de odio o de miedo. El dilema es la psicología o la moral. La moral o si prefieres la ética no es un negociado de la psicología. La confusión es que esta vale tanto para los buenos o los malos.
D.- Y qué más da si eso funciona.
M.-Tienes razón, eso es lo que hace pavoroso el mal.
D.- ¿Pero porque no perdonarse?, ¿acaso no hay razones para creer que la culpa o el sentimiento de culpa son un artilugio social para tenernos sometidos? Incluso Nietzsche decía que era un acto de vanidad hipócrita. Al creernos culpables nos sentimos responsables y por tanto con poder sobre nosotros mismos, lo que es una ilusión que nos hace sentirnos bien en el fondo.
M.-No pensé que pudieras caer en estas groserías, perdona...Una cosa es que tenga sentido el autoperdón y habría que ver cómo, y otra es que la culpa y la responsabilidad sean artilugios sociales o sublimaciones personales. Lo decisivo es que no podemos concebirnos como dijiste sino como seres morales, es decir seres que nos debatimos entre ser morales o inmorales.
D.-Puede ser, pero ¿es una creencia lo que dices?
M.-No podemos entendernos como seres humanos sino partimos de ese hecho básico. Por ejemplo no podemos tratar al otro, al prójimo sino como alguien que es capaz de comprender el bien y el mal y de juzgarnos. Creo que no somos seres morales porque seamos racionales sino porque el otro es un ser racional y libre.
D.- ¿Quieres decir que uno no puede quedar indiferente respecto a lo que haga o piense porque para el otro no puede ser eso indiferente?
M.-Y también porque lo que el otro haga o piense no me puede resultar indiferente.
D.-Pero “no juzguéis y no seréis juzgados”.
M.-Cierto, no tenemos derecho a juzgar si no somos justos con nosotros mismos, y si no somos justos en general. Quien juzga sin ser justo habría de ser igualmente juzgado por aquel a quien juzga.
D.- ¿Alguien puede ser justo?
M.- Ese es el problema, podemos tratar de ser más justos. Como decía el maestro sobre el saber y el sabio, también justo es el que reconoce lo lejos que está de ser justo….y trata de serlo. Pero no quiero esconderme, sería injusto si negara que cada uno tiene un potencial de ser justo y en momentos de prueba hacerlo valer. Que no podamos ser justos íntegramente como personas, no significa que no seamos capaces de obrar justamente, incluso en condiciones extremas…Como se dice en estas situaciones sale lo peor y lo mejor que llevamos dentro, pero cada situación de la vida también tiene algo de extremo y a eso me refiero especialmente.
D.-Pero el hecho de que la maldad triunfe tanto y sobre todo que se quede tan impune con tanta frecuencia como ocurre, deja todo lo que dices en “bellas palabras”. Perdona pero sólo nos falta decir que “todo el mundo es bueno”.
M.-Podría decir que eres tú el que te burlas. Desde luego si alguno pensáramos eso o lo diéramos a entender no habría lugar a discutir sobre la abundancia del mal ni su impunidad. Deja recapitular para aclararlo. Tu sostenías que el malvado antepone su interés o ser a todo lo demás y yo te decía que vive en el odio ¿no es cierto?..
D.-Sí pero te decía que vive en el odio por el egoísmo..
M.-Claro, pero yo sostenía que vivir en el odio sobrepasa el egoísmo si tomamos esto por anteponer el interés propio a todo lo demás. He de aclararte que vivir en el odio es la forma de vida que corresponde a no quererse uno a sí mismo, en despreciarse y negarse. El que así vive ve al otro como alguien que lo puede enjuiciar, algo que resulta insoportable. Ese hecho convierte al otro a sus ojos en alguien despreciable… Pero vayamos a lo que hemos abandonado, es cierto que la maldad queda frecuentemente impune, ¿pero tiene sentido esperar otra cosa?
D.- ¡¿Cómo?, ¿cómo puedes sostener que tenemos sentido del bien y del mal e insinuar que no tiene sentido esperar que el mal no quede impune?, ¿Qué consuelo queda, sino, a un hombre mínimamente justo en esta vida?
M.-Pero en el fondo muchos lo sienten muy profundamente ¿qué motiva gran parte de la fuerza de las religiones e incluso de ideologías sociales sino la esperanza de que habrá justicia, tarde o temprano, en la tierra o fuera de ella, aunque es imposible que ahora la haya?. Pero la justicia tendría que ser ahora, algo que podamos sentir… Y en este sentido estamos condenados a desesperar.., y a esperar
D.- ¿...?
M.-El mal cometido es en sí irreparable aunque se castigue con cierta proporcionalidad al culpable, pero lo que nos aterroriza es que además el malvado salga impune y pudiera vivir feliz y triunfante. Todo el esfuerzo se ha de situar en evitar esto lo más posible y sobre todo en evitar que su odio contagie a quienes lo han sufrido…Ahora bien hemos de aprender a vivir comprendiendo que nuestras fuerzas son limitadas para lo primero, es como la deuda que tenemos con la vida y que nunca podremos satisfacer…
D.- ¿Te refieres…?
M.- A que nunca podremos evitar estar expuestos a cometer el mal y a padecerlo, como ocurre con la muerte, la vida tiene algo de esfuerzo por superarlo.
D.-La muerte es inevitable, claro está, pero ¿es lo mismo con el mal? ¿Cómo se compadece con nuestra estructura moral? ¿No somos libres cuando hacemos el mal y el bien? Si siempre podemos hacer el bien, aunque no lo hagamos, es claro que el mal no es inevitable.
M.-Es inevitable que exista y que cuando exista sea irreparable, pero no tiene porque dominar el mundo. En el fondo soy menos pesimista que tú. El problema no es que los malvados tengan poder, sino que cojan desprevenidos a todos. Por lo que a ti respecta la equiparación entre la maldad y el egoísmo no es una idea muy halagüeña, pues o mucho me equivoco o piensas que el egoísmo es casi congénito…
D.-Sí pero te he dicho que el egoísta puede autolimitarse o sublimar sus impulsos..
M.-Es decir engañarse en beneficio de todos, ¿pero no hemos quedado en que para que haya sublimación se ha de amar lo que es objeto de sublimación?, ¿si lo que se hace es por obligación o coacción o autofascinación, puede tener alguna consistencia?
D.- ¿Pero acaso no es cierto que lo que ha evitado que el mal se generalizara y el hombre desease el bien fue la esperanza en la vida eterna y la creencia en el juicio final?, ¿no es cierto que al desaparecer esa expectativa la humanidad está más expuesta?..
M.-Piensas eso porque identificas el mal con el egoísmo sin más, o con un egoísmo que se autolimita sin verdadero convencimiento ni más motivo que el temor al castigo divino o de los jueces. Pero piensa que si el egoísmo se pone al servicio de algo valioso da fuerza a lo que es valioso. Si la ambición personal del médico se pone al servicio de la salud de todos y asume ello como valioso es claro que hace algo valioso aunque sea egoístamente y que su egoísmo queda en cierta forma “transfigurado” en el amor. El amor humano no es puro en todo su desarrollo y contenido, se apoya en fuerzas ajenas...
D.-Luego es una sublimación…
M.-Sí pero no autoengaño, es una sublimación “transfigurada”, la ambición va en la dirección de lo valioso...
D.- ¿Pero a donde vamos y en donde estamos?
M.- Pues en que la inmensa mayoría no partimos de cero para ser buenos, sino en algo que funciona o puede funcionar, es nuestra base para mejorar… Por eso la inmensa mayoría somos como decías y pareces haberlo olvidado “correctos”.
D.- ¿y...?
M.- Pero yo que soy más benévolo que tú, pues esa es mi función, diría que la inmensa mayoría somos de una bondad tibia y liviana, pero bondad al fin y al cabo. De lo contrario la existencia de la sociedad sería imposible y esta a pesar de todo aguanta… Aunque te parezca extraño la existencia del odio o de los que viven en el odio, no me atrevo a decir misántropos pues nos puede equivocar con una inclinación psicológica, te decía que eso demuestra que el sentido del bien es algo anterior y que el mal sólo surge como negación de ese sentido. Los que viven en el odio no pueden soportar la existencia de la conciencia moral.
D.- ¿Pero no decías que pasan de ella?, ¿qué pueden vivir como si no existiera? Y aunque tuvieras razón no veo que importa ¿acaso los que tu llamas bondadosos tibios no necesitan creer que el merito acabará de tener recompensa y que la maldad castigo?, ¿se puede ser correcto y legal sino es así?
M.- Has encontrado las dos puntas de la cuerda pero has perdido la cuerda. Hay que dar con ella como sea. La única forma de vivir sin moral es vivir en el odio, los que viven en el odio no viven de esa manera porque pasen de la conciencia moral, sino que viven en el odio para pasar de ella. Cuando el odio se cosifica parece que el odio se basta a sí mismo y que la estructura moral se ha evaporado definitivamente, pero es un espejismo porque se sostiene frente a ella. El odio siempre es reactivo, lleva siempre dentro el aguijón de la impotencia de amar.
D.-Vale, ¿pero como pasamos al otro cabo de la cuerda?…
M.-Es que la tibieza tiene algo de fortaleza frente al odio, no es sólo debilidad. Obedece a la necesidad de hacer compatible la vida y la moralidad, si no todo sería bueno o malo sin matices, o buenos o malos. O aceptamos que la tibieza es obra del miedo exclusivamente o aceptamos que es una concesión de nuestra necesidad de bondad a las exigencias de la vida y a nuestra debilidad. Desde este punto de vista creo que la apelación al juicio final o a las penas eternas funcionaba porque existe una disposición a creer que el bien es superior al mal, que no se puede vivir bien sino se vive conforme al bien, espero que no lo tomes como un juego de palabras.
D.-Pero has negado que la esperanza tuviera sentido, parece que sólo es una ilusión.
M.-Es que por encima de ello está la fe en que uno puede ser una persona digna a pesar de su egoísmo, e incluso contando con su egoísmo. Por encimo de todo queremos ser dignos, queremos amar, por eso necesitamos la esperanza en la justicia. Creo que es difícil entender que necesitemos la esperanza pero que esta sólo sea esperanza…
D.-Una “pasión inútil” pues
M.-Lo sería si no creyéramos en nosotros mismos pese a todo. Lo que verdaderamente nos da fuerza es poner nuestro egoísmo al servicio de lo que amamos, aunque sea sólo despertar el amor a través del egoísmo y la ambición…como te decía. Pero la esperanza no es una pasión inútil, es el esfuerzo por alimentar nuestra pasión, darle realidad, esfuerzo no inutil porque entonces puede tener eso que apasiona algo de realidad...el modelo sería la obra de arte,cosa que también es efímera por cierto.
D.-Pero si pensamos demasiado es inevitable caer en el desasosiego, quien vea objetivamente la distancia entre su ideal y la realidad no tiene escapatoria
M.-Por eso el esfuerzo de la cultura es evitar que la fe en el hombre dependa de la esperanza. Tiene que alimentar la fe a la esperanza y no a la inversa. Pero ambas se tienen que limitar la una a la otra…
D.-Bueno ya está muy entrada la noche y se apaga la luz, todo esto podría ser pero antes de irnos me intriga porque ponías reparos a perdonarse uno a sí mismo. ¿No es necesario para vivir?, ¿podemos vivir con remordimientos y presa del sentido de culpa?
M.-Es que la conciencia de culpa sólo es mala si nos vuelve contra nosotros mismos o nos paraliza o nos lleva a buscar exorcismos para arrancarla. Es mala si no deja vivir…siendo merecedores de vivir mejor ¿Tendría sentido que quien ha cometido monstruosidades se perdonase sin más si tuviera algún remordimiento? Perdonarse tiene que significar ser capaces de vivir arrepentidos claro está, pero para que el peso del remordimiento no nos paralice y en lugar de ello se convierta en una experiencia de cambio interior sólo cabe que el arrepentimiento genere voluntad y dedicación hacia algo valioso, sino psicológicamente hablando el sentido de culpa nos destruye… Si por algún casual el malvado se arrepintiese tendría que asumir vivir con remordimientos y sin ser digno de perdón
D.-Pero si admites que por encima de todo ha de actuar para soportar su propia carga, estás de acuerdo sibilinamente con el conductismo, en que hay que dedicarse a actuar y no pensar , que actuar es una forma de perdonarse
M.-Vale estamos empatados, pero sin admitir esto último. Sería demasiado dogmático afirmar que la maldad es irreversible aunque sea imperdonable. Lo único que creo contrarresta las ventajas de la maldad es la esperanza de que incluso el malvado más extremo se pueda arrepentir y aceptar que no puede ser perdonado. Aunque esta posibilidad parezca poco humana. Bueno lo que cuenta: ¿Ha servido de algo buscar razones para ser buenos?
D.- ¿Pero hemos hecho eso? Al menos me ha parecido que sólo hemos concluido que sólo podemos existir con integridad si tenemos fe en que pese a todos somos seres dignos, capaces de no poder hacer ciertas cosas, pero el que puede existir de otra manera será peor pero no menos poderoso..
M.-Hay algo de tragedia en lo que dices…que por lo menos el encuentro con tus alumnos sea grato
D.- Eso sería suficiente…, quizás lo mejor posible






















miércoles, 27 de mayo de 2015

APUNTES ETICOS II.


¿TIENE LA ÉTICA ALGUNA UTILIDAD PARA LA VIDA?. A PROPÓSITO DE UN ENIGMA DE F. NIETZSCHE.

Que la moral es útil para la marcha y la pervivencia de la sociedad está a la vista de todos. Sin la aceptación a gran escala de unos criterios mínimos sobre lo bueno y lo malo, lo aceptable e inaceptable, sin el respeto de ciertas normas morales y la correspondiente vigencia de usos públicos conformes a ello, la convivencia social sería prácticamente inviable y la vida personal de todos y cada uno de los miembros de la sociedad no sería menos insoportable. Se da frecuentemente el caso de que la sociedad en su conjunto o partes de ella sufren una “crisis de valores” y se pierde la confianza sobre lo que está claro o debería estarlo, de la misma manera que en situaciones desesperadas sigue fluyendo la vida colectiva como si fuera posible arrastrarse por el fango del inframundo, así cuando las colectividades conservan cierto pulso cotidiano en medio de las guerras y las catástrofes, o cuando se ven envueltas en persecuciones, genocidios y todo tipo de bajezas. Aún en estos casos extremos se procura conservar un mínimo de pautas malviviendo con la esperanza de que llegarán tiempos mejores y las aguas volverán a su cauce. El horizonte interminable de un mundo desolado, sin vida en común y sin perspectiva de mejora, parece humanamente inimaginable. La vigencia y el cumplimiento de la ley tampoco parecen posibles si falta el aliento moral, la voluntad colectiva de la que emana teóricamente cualquier derecho y legalidad. Todos sabemos que donde faltan las virtudes cívicas el derecho es una farsa.
Hasta tal punto hay acuerdo sobre esto que se tiende a concebir la moral como un instrumento y un invento destinado a conservar la unidad social, de modo que la moralidad, privada de su utilidad y valor instrumental, quedaría sin razón de ser. La tendencia a concebir las normas, valores y usos morales desde premisas utilitaristas es la lógica consecuencia de estos supuestos, con lo que vemos en ello expedientes de los que se vale el egoísmo colectivo y las necesidades de la cooperación social. El hombre moral es el que de antemano se aviene a asumir la cooperación social como principio de su conducta personal, moderando con ese fin sus impulsos egoístas. Resulta en ese marco pertinente preguntarse sobre la utilidad de proceder moralmente desde un punto de vista personal. ¿No es tan evidente como lo anterior que según demuestra hartamente la experiencia no pocos de los que obran inmoralmente a sabiendas encuentran ventajas en su comportamiento?. ¿No estamos hartos de preguntarnos por el sentido de un mundo que tiende a castigar al inocente, incapaz como es de reparar una mínima parte de las injusticias que en él se producen?.
El principio utilitarista de que conviene más a todos vivir moralmente, o con un mínimo de moralidad, y que por tanto todos debemos seguir conductas morales y aceptables socialmente, supone que quienes siguen este principio pueden percibir, o tienen la expectativa de percibir, un beneficio personal. El problema se plantea entonces en términos de si el seguimiento de las pautas morales es útil personalmente. Supuesto que la sociedad funcione en mayor o menor medida, y que por tanto se siguen ciertas pautas morales, tiene sentido preguntarse si es beneficioso a título personal comportarse justamente y de forma moral. Parece como si cada uno tuviese que decidir si le conviene más ser un elemento social o antisocial a la luz de las circunstancias particulares de su vida. Sócrates y Kant entrevieron el dramatismo que subyace al problema de la motivación moral. Fundar esta exclusivamente en la conveniencia social y derivar la moralidad de las necesidades de la cooperación social conduce a un círculo vicioso y un callejón sin salida desde el momento en que el individuo ya es miembro de la sociedad y no se puede plantear realistamente el problema en los término de que de su decisión depende la posibilidad de la vida social y por ende su supervivencia personal. Esto sólo procede imaginativamente pero sin visos prácticos.
El asunto pertinente es si la moralidad tiene un fundamento ético o si basta la utilidad social. Tanto Sócrates como Kant defendían lo primero tan radicalmente que podían llegar a la conclusión de que la ética no tiene deuda alguna con la moral, en el caso de que entendamos por ética lo referente a la estricta integridad personal y la moral a la bondad de las relaciones con nuestros semejantes. Como es sabido para Sócrates uno no puede vivir sin un mínimo de integridad personal, pues si uno se sabe indigno e inmoral se ve emplazado a existir como si estuviese enajenado, fuera de sí mismo, o más explícitamente como dice H. Arendt conviviendo con un malhechor. Esto ofrecería una explicación razonable al tan constante autoengaño por el que nos aferramos a ignorar los principios morales que nos deberían guiar. Por su parte Kant pone el dedo en la llaga al no poder encontrar un motivo suficiente por el que sea preferible actuar racionalmente o egoístamente, según su terminología, salvo la consideración de la dignidad y autoridad de la razón. Con ello el comportamiento ético no sólo carece per se de recompensa y hasta de utilidad sino que se caracteriza por esta incondicionalidad de hacerse sin búsqueda de provecho. Se podría así aceptar que la moralidad pudiese ser útil e incluso necesaria para la convivencia social pero de ninguna manera la ética, es decir el cuidado de la dignidad personal.
Si se acepta que la moralidad es indispensable en vistas a la cooperación social, hay que asumir la paradoja de que esta necesidad no vincula personalmente si uno puede montarse su vida inmoralmente. Así lo que vale para la sociedad no tiene por qué valer para cada individuo en la medida que éste pudiera aprovecharse de las ventajas de una sociedad que funciona con un mínimo de moralidad y legalidad. Por eso ante la imposibilidad de admitir esta vía es preciso suponer que la moralidad tenga al menos en parte una fundamentación ética.
Desde un punto de vista humano el problema no es tanto si puede subsistir una sociedad sin un mínimo de moralidad, es decir de consenso sobre comportamientos buenos y malos, aceptables y rechazables, pues lo importante para el hombre no es subsistir sino vivir bien, de forma digna y humana. ¿Podría soportarse una sociedad que pese a subsistir fuera manifiestamente infrahumana y sobre todo que no tuviese visos de llegar a serlo?, ¿podrían las personas vivir sin esperanza de que fuera reconocida y respetada su dignidad, como si la tierra fuera un inmenso Gulag, un gheto de sí misma?. La razón de que esto es imposible está en la misma necesidad insoslayable de la ética en cuanto que cuidado por la dignidad humana, la imposibilidad de vivir sin sentirse lleno de dignidad. En lo fundamental la posición de Sócrates y Kant es impecable por distintas razones: porque según Sócrates no podemos vivir sabiéndonos indignos, sólo podemos vivir ocultándonos nuestra indignidad; porque según Kant siempre en el fondo nos creemos buenos y pensamos que nuestra maldad se debe a las circunstancias que nos han desviado a nuestro pesar del buen camino.
¿Pero por qué la ética tiene un valor propio sin el cual sería irrelevante la vida humana?.
H. Arendt llamaba la atención sobre el hecho de que quienes rechazaban los crímenes nazis ofrecían como razón que “no podían admitir” tales actos. Esto nos pone sobre la pista de que la dignidad humana se construye sobre lo que no podemos bajo ningún concepto o circunstancia hacer ni consentir, antes que por lo que tenemos que hacer. Decimos en efecto que no podemos hacer tal o cual cosa pero no decimos en términos éticos que podemos hacer esto o lo otro, en lugar de ello cuando hablamos en términos afirmativos decimos que debemos hacer esto o aquello. Creo que hay dos razones plausibles para ello. En primer lugar lo que no podemos hacer o admitir aparece de forma nítida e indiscutible, pero no así lo que podemos hacer, entendiendo en este caso el poder como la preparación para algo y no la mera posibilidad. No sabemos nunca de lo que somos capaces en relación al bien por lo que no constituye el ser capaces, el poder para, la seña de la identidad ético y por consiguiente del proceder ético teniendo que ponerse en lugar de ello el deber ser. Una de las razones por las que la eticidad se expresa prioritariamente en términos normativos y de deber es el hecho de que nuestra capacidad hacia el bien queda indefinida. Si fuera tan claro aquello de lo que somos capaces en vistas al bien como de lo que no podemos, sobraría la coacción interna que expresa el deber como traducción de la necesidad de la acción.
En segundo lugar el no poder tiene predominio sobre el poder porque marca el límite de nuestra integridad. Hacer aquello respecto a lo cual uno no puede hacer lleva consigo la propia negación como sujeto moral, es el no poder vivir consigo mismo que se expresa con la culpa, la vergüenza y el remordimiento.
En términos éticos hay que distinguir entre nuestra condición de persona por la que gozamos de dignidad como seres libres, y nuestra responsabilidad ética por la que nos encontramos en la tesitura de estar a la altura de nuestra libertad. Lo que nos define en este sentido no es tanto lo que podemos sino lo que no podemos, aquello que de aceptarlo nos aniquilaría. ¿Pero qué decide ese “no poder”? Su origen no es ninguna norma ni autoridad externa, ni mucho menos una elección personal en base a un sistema de preferencias. Elegimos asumir no poder hacer o admitir, pero la convicción de lo que no es posible es una fuerza interior que nace al unísono que nos abrimos a lo que tiene valor. La fuerza de lo no posible éticamente es relativamente variable en su configuración histórica pero brota de un tronco común como es el valor de la persona, siendo así que se nos presenta como no posible lo que contraviene la raíz de la persona en su dignidad y libertad.
La moral en cuanto normas y usos socialmente buenos y admisibles no procede sólo de la necesidad de salvaguardar la cooperación social, también expresa las necesidades de vivir humana y dignamente de acuerdo con la eticidad. Que este aspecto tienda a quedar sepultado bajo las necesidades prácticas que llevan a priorizar los usos tendentes a funcionar más eficazmente y procurar la continuidad de los niveles de vida establecidos, no impide que sea un elemento indispensable del orden moral. En cierta manera la vocación de la eticidad es guiar la dirección de la cooperación social insuflando a la moralidad de su más elevado sentido. Pero como las urgencias y exigencias de la vida cotidiana sólo admiten esa dirección de forma harto condicional y quebradiza, y como, a pesar de ello, la moralidad no puede dejar de reflejar esas exigencias (por ejemplo actualmente es ilustrativo el caso de “lo políticamente correcto” versión posmoderna de la beatería y el puritanismo) hay una tendencia natural a que la eticidad, como impulso natural hacia la dignidad, se petrifique en la moralidad y esta sólo se reconozca nominalmente en la eticidad.
Esta propensión de la moralidad hacia lo rutinario y convencional mereció la feroz repulsa de F. Nietzsche, para quien, por cierto, no cabe distinguir entre la moralidad y la eticidad, entre la conveniencia social y el impulso a la dignidad humana. Mientras proclama la utilidad de la moral para la sociedad, de la que sería su guardián conservador, ve en ella al mismo tiempo el obstáculo más importante para la vida. Como es bien notorio, o debería serlo, la vida es para Nietzsche el impulso interno de la cultura, la fuerza creativa que eleva la cultura hacia valores superiores. La moral en tanto que esclava y salvaguarda del orden social es, por contrapartida, el principal anestesiante de la vitalidad cultural. ¿Pero tiene sentido desnudar la moralidad del aliento de la eticidad circunscribiéndola a la conservación de las conveniencias sociales?. La propuesta nietzscheana se basa en la posición de fondo de que ni la moralidad ni ninguna forma de vida tienen ningún fundamento absoluto y sólo expresan un momento del juego entre la conservación y creación de valores. Así la moral invierte el orden destinado al incremento de los valores al hacer depender este incremento de la aquiescencia general de la sociedad, con lo que queda tal posibilidad condenada al fracaso, pues la sociedad sólo aspira conservarse. Pero si apostamos por que la eticidad tiene su propia fuerza en la vida humana, nos podemos preguntar de igual manera si esta tiene utilidad para la vida entendida en los términos nietzscheanos. Es decir si es necesaria no sólo para la civilización sino también para la cultura. ¿Es comprensible la cultura y en particular la creación artística sin la motivación ética, sin el impulso interior a dignificar al ser humano?. ¿No es esta profundización el vector secreto que mueve a sentir y expresar en las mas formas más diversas más altos valores de los actuales?. No digo que ese sea el leit motiv de la cultura, ni el incentivo exclusivo para elevarnos a valores superiores, pero es parte necesaria e imprescindible. Al fin y al cabo la dignidad humana no descansa sino en la condición de estar abiertos a lo valioso y con ello a incrementar el valor de los bienes presentes elevándolos hasta valores superiores. Para Nietzsche ese impulso es la vida misma, su misma raíz, que se sostiene así misma y, por decirlo así, utiliza al ser humano para incrementarse. Es el hombre el que ha de estar a la altura de la vida y no viceversa. El hombre aparece así al servicio de la necesidad de la cultura como producto autónomo que se retroalimenta incesantemente. Pero en la perspectiva de Nietzsche no es fácil aceptar algo que podría ser obvio, que el movimiento de ser más propio de la vida, el incremento del valor, no es otra cosa que la expresión interior de la humanidad del hombre. No estamos ante un simple utensilio de la vida por necesario e indispensable que parezca, sino ante el poder de sentir los valores y por tanto de darles en esta forma virtualidad. ¿En qué forma se mueve sino la cultura y la creación humana?



lunes, 18 de mayo de 2015

APUNTES ÉTICO POLÍTICOS. SOBRE LA FILANTROPÍA


La filantropía, el amor a la humanidad para promover su mejora, es una ideología ilustrada que de alguna manera tomó el relevo de la caritas cristiana adaptándola a los tiempos de la secularización. Supone la humanidad como un todo al hacerla a esta objeto preferente frente al resto de la naturaleza y al considerarla también como posible objeto de tratamiento y reforma. Para los filántropos lo esencial es la reforma de las costumbres y las relaciones en la creencia de que de estas dependen las cualidades morales y la forma de ser moral de las personas. En este punto dista mucho del cristianismo originario que entendía la mejora del hombre como resultado de la transformación interior personal, predominando esto sobre los efectos que pudieran tener las buenas acciones. Al ser bueno con el prójimo uno se hace mejor, con independencia de que eso haga mejor o no al prójimo, pues esto no depende de uno mismo, o al menos de forma decisiva. Pero la idea roussoniana en la que se basa la filantropía moderna y contemporánea, aun en nuestros días con nuevas caras, de que la mejora de la organización de la sociedad lleva consigo devolverle al hombre su buen corazón supone, como defendió Dostoievsky, tomar a la persona como un caso de una idea universal y que la acción política tiene por objeto en último extremo el corazón de la persona. Así uno de los grandes y macabros delirios de la filantropía contemporánea lo expresaba el Che Guevara cuando decía en serio que la finalidad de la revolución social es crear un “nuevo hombre”. El problema último de la ética práctica, la concordia entre uno mismo y su buen corazón, es en sí mismo independiente de la sociología y de la psicología, pues sólo depende de uno mismo. Esto cuesta de aceptar porque en el fondo es bastante angustioso. Tenía razón Maquiavelo cuando pensaba que la política nada tiene que decir respecto a la bondad moral de los hombres, aunque esto se halla tomado como si la política fuera inmune a las reglas morales y a los criterios de moralidad. Por eso por muy perfectas que sean las reformas y las transformaciones sociales esto no afecta al nudo de la libertad personal en el sentido moral, sino a las condiciones de vida colectivas y a las posibilidades del ejercicio de la propia libertad. Creo que se entiende fácilmente que estos principios elementales no desvirtúan el valor de la acción política y social, sino que la sitúan en su verdadera dimensión por la que puede ser útil y beneficiosa, es decir el cuidado de las relaciones sociales y el fortalecimiento y mejora de las instituciones colectivas. No se trata de hacer mejores a los hombres sino a sus instituciones, porque las personas sólo puede recurrir a estas, incluso cuando se proponen ser mejores.

domingo, 26 de abril de 2015

ADMIRACIONES Y ALARDES


Como es bien sabido, no pocas veces la admiración por lo ajeno o lo diferente esconde el resentimiento hacia lo propio. Y eso se nota especialmente cuando esa admiración es desmesurada y se hace alarde a diestro y siniestro. En el caso de la admiración que en algunos suscita la cultura islámica, o más bien en general la civilización islámica, se suele exhibir no tanto los posibles valores de esta religión del libro y del estilo de vida que patrocina, sino las aportaciones de la alta cultura islámica, especialmente la filosofía, la metafísica, la teología, así como sus avances científicos y matemáticos. Se destaca además el ambiente de tolerancia y hasta libertad en que se movió, así como su adelanto en dos siglos a la cultura cristiana occidental. Aquí se cae a veces en la caricatura: de un lado la claridad que envolvería a esta alta cultura y con ello, según se supone, la cultura islámica, de otro el reino de tinieblas y superstición de la edad media cristiana. Pero no es menor la resistencia a examinar las razones de que este avance no llevara consigo la modernización de esta civilización, en contraste llamativo con el camino hacia la modernidad que tomaron las sociedades cristianas, especialmente las occidentales. El asunto es extremadamente complejo, pero sirvan algunas pistas, limitadas, eso sí, al mundo de las ideas.
En primer lugar la alta cultura islámica, nacida al amparo de la cultura bizantina y no a partir del impulso religioso del Islam, constituyó un microclima resguardado en las cimas de la sociedad islámica sin apenas relación con la marcha general de la sociedad y de la cultura vigente. Los poderes gobernantes la ampararon y estimularon como signo de prestigio y grandeza, al igual que el lujo o los harenes. No es de extrañar que cuanto más débil era el poder político más se invocaban estos signos de autoridad que probarían que estos gobernantes serían elegidos de Alá. Tenemos en España el caso de las Taifas. Si bien la ascendencia de los sabios y los filósofos fue notable en las Universidades islámicas, las madrazas, su influencia se refería a la formación personal de las élites gobernantes y religiosas más que a la doctrina y filosofía de vida. A diferencia de ello la alta cultura cristiana creada y canalizada a través de la Iglesia y las Cortes primero y las Universidades después, estuvo en una relación orgánica con el resto de la sociedad y la cultura.
En segundo lugar la filosofía y metafísica islámica fue también un microclima intelectual dentro del conjunto de la cultura islámica, es decir la religión. Como es notorio asumió el modelo platónico-aristotélico de la realidad, que profundizó en parte, pero sin modificarlo en lo fundamental. También ocurrió así con la alta cultura cristiana, pero mientras la filosofía islámica buscó la coexistencia con el credo religioso, la filosofía cristiana busco la fusión con este credo en busca de un paradigma único. Aparentemente la solución islámica es mas moderna, pero no debe entenderse en este sentido de separación entre ciencia y religión. El pensamiento cristiano al tratar de fundir o poner en relación los principios de la fe y de la razón se vio obligado a revisar ambos, abriendo un campo ignoto a la duda y la incertidumbre. El pensamiento musulmán apenas afectó, no ya a los dogmas de la fe, sino al sentido de esta. En el caso más extremo Averroes no pudo ir más allá que a reclamar el derecho de la razón a seguir su camino, dejando inmutable el imperio de la fe en la vida humana y no es de extrañar que, con todo, la influencia de Averrores fuera el occidente cristiano. Por eso mientras el pensamiento filosófico cristiano creó una dinámica que llevaba a modificar la imagen del mundo, del hombre y de Dios, el pensamiento filosófico musulmán apenas influyó en la imagen del universo del hombre y de Dios estipulada por el credo islámico. Así los posibles puntos de fricción carecían de trascendencia al estar el pensamiento islámico intelectualmente encapsulado.
En tercer lugar el pensamiento islámico no se vio apremiado a abordar las contradicciones y tensiones que sufría el pensamiento cristiano al ser centro del mismo el drama de la libertad humana y su relación con la creación y la providencia divina. Para afrontar esto, el pensamiento cristiano se vio obligado a ir más allá del modelo platónico-aristotélico, mientras que el fatalismo que propiciaba el credo coránico invitaba a acomodarse en este modelo. Es así paradójico que mientras la fusión del modelo clásico griego con el cristianismo condujo a la superación del mismo y a la formación de los paradigmas científicos y ético-políticos característicos de la modernidad, la coexistencia de este modelo con el credo islámico condujo al anquilosamiento del pensamiento árabe y al inmovilismo del estilo de vida islámico.
El Islam ha demostrado una extrema flexibilidad y pragmatismo para acoger y encauzar las necesidades constantes de la vida humana compaginando, de forma eficaz y sencilla, materialidad y espiritualidad, pero a costa de muy escasa perfectibilidad interior, pues ya es un modelo de vida perfecto y acabado que el hombre debe obedecer. Aunque en estas condiciones la filosofía, que es el arte del cuestionamiento racional, pudiera florecer ocasionalmente, sólo podía hacerlo como las especies exóticas de un jardín, llamadas a mostrarse en ocasiones excepcionales. Y así cuando falta esta motivación el jardinero puede cansarse. Viene al caso por ello la paradoja de que la alta cultura islámica haya influido más en la cultura occidental cristiana e incluso judía que en en el mismo Islam.
Claro que esta argumentación parte del supuesto de que la modernidad que ha protagonizado Occidente es algo valioso, salvadas las pegas que toda obra humana merece, especialmente porque propone la perfectibilidad de la humanidad, aunque sea fácil equivocarse en el camino. Quien piense que la modernidad es un traspiés o una desviación del estado de perfección en el que siempre podemos estar, tiene motivos para no ver el anquilosamiento de la alta cultura islámica y el alejamiento del Islam de la modernidad como un problema. Siempre queda en todo caso achacar a los otros, es decir a nosotros mismos en algunos casos, la responsabilidad por las dificultades que con estado de perfección o sin él acarrean la marcha de las cosas y de la historia.


lunes, 20 de octubre de 2014

COMENTARIO SOBRE "LA BUENA VOLUNTAD"









En su blog, “El salto del Ángel” el Dr. Ángel Gabilondo, catedrático de Metafísica, ex ministro de educación e ilustre intelectual, incluye un apreciable artículo titulado “La buena voluntad” en el que escribe:



“De alguna manera, siempre que se busca el entendimiento se ofrecen dosis de buena voluntad, y esto sucede cuando hay interlocutores que desean sinceramente entenderse. Esa tentativa de diálogo, que tiene en cuenta al otro, que persigue alguna forma de coincidencia, apela a la buena voluntad, a la convicción absoluta de un deseo de consenso. Hasta el punto de que es la condición de posibilidad, incluso del desacuerdo. En la conversación mantenida al respecto entre Gadamer y Derrida, sin perdernos en la valoración que cada uno de ellos nos merece, nos sentimos convocados a un debate que nos da que pensar. Atendamos, por tanto, al asunto. Alguien, que por lo que se menciona a continuación no es preciso citar, señaló que “lo decisivo no es quién lo dijo o cuándo, sino cómo funcionan los enunciados”.
Ahora bien, el quién no es indiferente. No basta con la necesaria justificación. La posición y la disposición que se adoptan son determinantes. La buena voluntad empieza por estimar la palabra ajena, por eludir tener razón a toda costa, lo que conllevaría rastrear los puntos débiles del otro. Por el contrario, se trata de intentar hacerlo tan fuerte como sea posible, de modo que su decir venga a ser más evidente y más consistente. Tanto como para añadir valor a lo que se plantea. En una verdadera conversación se ha de escuchar incluso lo que al interlocutor le hace decir, sin quedar prendido de sus expresiones. Esforzarse por comprenderse mutuamente es tanto como reconocer que la postura es constitutiva asimismo de cuanto se diga. Precisamente por ello, la buena voluntad es imprescindible para la justa comprensión.” (A.Gabilondo. La buena voluntad)
Le he remitido a su blog estas someras impresiones:
Su exposición es muy aleccionadora incluso por lo que advierto que tiene de una concepción moralista del trabajo intelectual, no se moleste y con todo respeto me atrevo a insinuarlo, bastante propia de la posmodernidad o si prefiere del entendimiento de la objetividad como una “fusión de horizontes”. Creo que podemos distinguir tres niveles: la voluntad de encontrar la verdad; la voluntad de pactar, negociar y consensuar, que vale en economía, política y asuntos prácticos mediatizados por lo útil y conveniente; y por último la voluntad de comprender al otro. Como no desconoce por supuesto, la primera, virtud intelectual por excelencia desde Aristóteles y en el fondo para Sócrates; la segunda, virtud política en el sentido más general; la tercera virtud ética, que puede lindar con la empatía psicológica y el trabajo de poner en orden las relaciones humanas y sociales de cada uno. La buena voluntad en el primer caso es el autosometimiento psicológico a la verdad, es decir a la prueba, la demostración y el razonamiento discursivo; en el segundo caso la persecución del bien común, en el tercer caso la búsqueda del bien del prójimo. Quizá el deterioro de las relaciones humanas nos crea la ilusión de que todos los asuntos donde interviene la voluntad dependen del poder de la voluntad y que por tanto este poder ha de ser bueno para ser poderoso, perdone tanto juego de palabras. En todo caso la preocupación socrática con la que sin duda nace la filosofía, o mejor el filosofar, de poner en relación la voluntad de la verdad y la comprensión del otro y de sí mismo, para un quehacer conjunto, enseña la infinitud de este quehacer, poniendo en cuestión, estoy de acuerdo, la fácil tentación de cerrar los asuntos en compartimentos estancos. Pero es un signo de los tiempos que se interprete la enseñanza socrática en la línea de una pionera terapia psicológica en prejuicio de su dimensión intelectual. Por desgracia la filosofía pretende salvarse como “ancilla psicologiae”, lo que no sé si es un buen síntoma, que sin duda Vd. no padece.
Todo sea dicho en honor de su Blog, este sí que es un verdadero Oasis en el que la voluntad de poder parece desvanecerse o cuanto menos tomarse un refrescante descanso.

domingo, 16 de febrero de 2014

CINE SIN EVASIÓN.



“El árbol de la vida” de Terrenc Malick me ha parecido la película más atrevida y desconcertante de nuestro tiempo. Aborda una temática inaudita con un desbordamiento estilístico rayano en la temeridad, alcanzando la perfecta simbiosis característica de una obra consumada. Por la temática, orbita en el universo de los Dreyer, Rossellini y si se me apura Bergman.

jueves, 23 de enero de 2014

ELOGIO CON REGAÑINA A UN PENSADOR COMPROMETIDO



La reciente historia de España otorga a Fernando Savater una relevancia política que seguramente éste nunca hubiera deseado. Nada resulta más incómodo que tener que proclamar lo obvio, cuando esto resulta engorroso, y especialmente temerario. Engorroso pues desdice alguno de los cánones de lo políticamente correcto que avalan una presunta superioridad moral. Temerario, perdón valiente, por razones obvias. Tanto es así que muchos de los que presumen de voz prefieren refugiarse en los tópicos de lo políticamente correcto. La tipología intelectual de Sabater es en apariencia lo más ajeno a la idea al uso del intelectual comprometido, idea ya desde la revolución francesa.